Análisis

Joaquín Aurioles

Gobernanza y crisis del clima

El mundo irá por derroteros diferentes, según quien se siente en los asientos más poderosos del planeta. En particular, en Estados Unidos, China y Rusia. El imperialismo nostálgico de la Unión Soviética que personaliza Putin se basa en una fortaleza militar obligada a recurrir insistentemente a la amenaza nuclear, ante el decepcionante resultado de su arsenal convencional en Ucrania, pero carece de relato político aceptable más allá de sus fronteras y de los fundamentos económicos y tecnológicos imprescindibles para prosperar. El caso de China es diferente. No se trata, a diferencia de Rusia, de una potencia decadente, sino emergente, donde no se vislumbran cambios en el sillón de mando. La inconsistencia ética de la represión de las libertades queda soslayada por el vértigo de su carrera hacia el progreso, consciente de que los tres pilares (el militar, el económico y el tecnológico) han de estar equilibrados.

Estados Unidos es la alternativa democrática y liberal a los anteriores y también la más cercana al modelo de bienestar europeo, pese a lo cual la experiencia de la administración Trump nos recuerda que la gobernanza global es un asunto delicado y siempre dependiente de quien resida en la Casa Blanca.

El estallido en 2008 de la burbuja especulativa que había estado inflándose durante una década, nos precipitó hacia un abismo más allá de lo estrictamente económico y financiero. Posteriormente vinieron la pandemia y la invasión de Ucrania, que, si bien se trata de un conflicto bélico localizado, ha conseguido alterar el equilibrio geoestratégico global. En esta década y media, la aparición de los populismos que llevaron a Trump a la Presidencia norteamericana y al Reino Unido a escapar de la UE, dejando al conjunto de la Unión en pronóstico reservado de salud política, la gobernanza global se ha hecho bastante más compleja en todas sus vertientes, pero sobre todo en las del libre comercio, la lucha contra la crisis del clima y la seguridad del abastecimiento de energía.

La conferencia sobre cambio climático celebrada en Sharm el Sheij (Egipto) concluyó con un compromiso firme de apoyo financiero a los países con menos recursos y especialmente perjudicados en la lucha, aunque sin concretar varios aspectos que se trasladan a la agenda de la próxima cumbre. Existió, en cambio, la oportunidad de debatir sobre la seguridad de los abastecimientos energéticos, muy cuestionado por la radicalización de los bloques estratégicos y su impacto sobre la gobernanza global.

Ahora se habla de una transición razonable hacia el objetivo global de descarbonización completa en 2050, que acepta en el programa el encaje del término "energía de bajas emisiones". La guerra de Ucrania y las oscuras perspectivas para la Unión Europea en 2023 por su dependencia del gas ruso, pese a que solo es responsable del 7% de las emisiones globales, así lo exigen. Hay que adaptarse a un contexto global en el que la incertidumbre y las tensiones elevan la valoración de los argumentos relacionados con la seguridad frente a los de eficiencia económica. El resultado es que los compromisos duraderos resultan ahora bastante más costosos que antes de 2008.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios