Antonio Mariscal Trujillo Centro De Estudios Históricos Jerezanos

Hermano sol

Tribuna libre

15 de junio 2024 - 00:15

F IGURA menudita, diligente, vivaracha, Hermano Adrián. Con su siempre oscura sotana de la Orden de San Juan de Dios y tocado en invierno con su negra boina en contraste con las impolutas batas blancas de sus hermanos hospitalarios. A diario recorría los más diversos rincones de Jerez con una sola e importante misión: la de obtener recursos para atender a los numerosos necesitados que a él acudían en busca de ayuda. Una labor realizada cada día sin excepción por este religioso ejemplar, sin importarle la lluvia, el frío o el calor, circunstancia que en ocasiones le llegó a costar graves afecciones respiratorias tras reiteradas mojaduras. Ni la enfermedad, ni los consejos de los médicos ni de los de su superior pudieron hacerle abandonar en su empeño.

El Hermano Adrián pedía limosna para, a través de la humildad, atender a menesterosos que en número no escaso acudían a él, y también, pienso, para que el espíritu mendicante de la primitiva Orden de San Juan de Dios, quizá ensombrecido en ocasiones por los conciertos económicos con la Seguridad Social que actualmente y por fortuna cubren los gastos de hospitalización de los enfermos ingresados en el antiguo Sanatorio de Santa Rosalía, hoy Hospital San Juan Grande. Así de sencillo o así de difícil.

Tan grande era el alboroto que a veces se formaba en el Sanatorio cada viernes, día que el Hermano Adrián dedicaba a socorrer a los pobres repartiendo lo que durante toda la semana había recaudado, que el Prior de la comunidad tuvo que prohibirle tal menester en la zona hospitalaria. A partir de entonces el hermano Adrián ejercía sus funciones caritativas en una dependencia separada de la mencionada zona.

Recuerdo que, en cierta ocasión, después de haberme despedido de él tras un rato de amena conversación, quedé mirando cómo se alejaba calle Francos abajo. Dejé entonces volar mi imaginación para remontarme a la segunda mitad del siglo XVI. La figura menudita del Hermano Adrián me trajo un paralelismo con la de un joven que, allá por el año 1566, llegó a Jerez desde su Carmona natal y aquí se quedó para siempre.

El nombre de aquel muchacho era Juan, y aunque se apellidaba Grande, lo era infinitamente más de corazón, porque en él cabía todo aquel que lo necesitaba. A Jerez vino con su padre vendiendo telas y en Jerez se quedó para siempre atendiendo a presos, enfermos y menesterosos, fundando para ello un hospital e ingresando en la Orden de San Juan de Dios. Aquel muchacho del siglo XVI fue elevado a los altares y venerado como San Juan Grande.

Hoy si vamos al Hospital que lleva el nombre de este santo de la Orden Hospitalaria, es posible que no apreciemos diferencia con cualquier otro moderno hospital. Quizás ni veremos sotanas negras de la orden de San Juan de Dios, pues llevan batas blancas como requiere la labor asistencial de un centro sanitario. A pesar de ello, creo que, nadie que hubiese conocido el viejo Sanatorio en tiempos pasados, haya podido olvidar la estampa de aquellas camitas puestas al sol, ni aquella multitud de caritas infantiles mirando al cielo, se diría que como buscando la llegada de las golondrinas que les trajeran la primavera de su curación. Allí, como fieles y amorosos guardianes, los continuadores de la obra de Juan Grande les daban toda su ternura y cariño.

Los tiempos cambiaron, y las terribles secuelas de la poliomielitis o la tuberculosis fueron desterradas. La caridad fue cambiada por el derecho que confieren unas cotizaciones a la Seguridad Social. Y los Hermanos siguen fieles a su misión, no solo junto a los hermosos jardines de Tempul, sino en todo el mundo, llámese primero o tercero ¡qué más da! El dolor y el sufrimiento son comunes en cualquier lugar.

Desde aquel día en calle Francos, cuando por las viejas calles jerezanas percibía el caminar esa menuda figura con cara de santo como era el Hermano Adrián, imaginaba en él un nuevo Juan Grande, éste del siglo XX. Ahora, un grupo de jerezanos están empeñados en que la figura y el recuerdo del Hermano Adrián permanezca materializada en una estatua que presida una de las rotondas de nuestra ciudad. Confío que la generosidad de nuestra gente lo hará posible.

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