Tribuna Económica
Desdolarización global: el inicio del declive del imperio
Desde luego no me refiero a la imposibilidad en el varón para realizar el coito. Me importa un bledo la disfuncionalidad eréctil del macho. La testosterona y la infecundidad me la refanfinfla. Que parece que las palabras deban tener siempre esta acepción. No, digo impotencia ante las injusticias manifiestas y cerriles que ocurren, la discapacidad ante la tristeza y angustia que no podemos rescatar, que atrapa y con mano invisible oprime la garganta e impide gritar. Hablo de la impotencia como un alarido estrangulado, una traba real que se ciñe al pecho y ahoga el sentimiento.
Estamos indefensos ante la devastadora rueda del poder omnímodo que aplasta inmisericorde. Impotentes ante la maquinaria vampírica de un estado liberal que, bajo grandes letreros democráticos, exprime el sudor de sus súbditos con la misma tiranía que el sheriff de Nottingham. Nos encontramos sometidos al dictado de la dura lex, lluvia de azufre, que inflama las cosechas que con tanto sudor cuesta levantar. Enmarañados en un bosque de penumbras legales, los ciudadanos intentan resistir a su señalamiento vertical que, como espada de Damocles, se cierne sobre sus cabezas.
Todo está marcado, todo medido, todo pesado. Nada escapa al implacable ojo de la ley. No me refiero al código de circulación, ni al Tribunal de las Aguas de Valencia, que con tanta ecuanimidad ejerce su función, sino a esa otra Ley impersonal que, sin epiqueya alguna, ejerce la dictadura de la coma y olvida al servicio de quién está. ¡Cuántos ciudadanos desconsolados cuando han de enfrentarse al rodillo ininteligible del sistema! He visto el llanto de quien no es escuchado en la fila interminable de la Administración, la rabia contenida ante un ¡vuelva usted mañana!¡No hay derecho! ¡Qué impotencia la del ganadero y agricultor cuando le exigen un cuaderno digital! ¡Qué indefensión la del jubilado que no tiene internet! ¡Qué desafección en el Banco, cuando no puedes asomarte a tus hallares!
Hemos ganado en tecnología y perdido en corazón. Paradójicamente, la ley es implacable para quien la cumple y laxa para quienes se la pasan por el forro: véase la impotencia del que tiene sus propiedades okupadas, o de quien sufre el vandalismo de sus propios vecinos, la delincuencia constante en sus barrios y el dominio escandaloso de las mafias, cada vez más amenazantes ¿Habrá que acudir a Bukele? Ley para los cumplidores que sólo son escuchados en las oficinas del acoquine.
Hace unos años nació un movimiento: ¡Indignados! Parecía traer un aire fresco y resultó ser un fiasco. Aunque había una verdad de fondo, una revolución pendiente, un algo que les hacía simpáticos y atractivos. La zarpa del comunismo recalcitrante, sin embargo, se adueñó de aquel grito sincero del 15M, hasta terminar al servicio del Icono actual ¡Lástima! Podrían haber purificado la corruptela y fueron, sin embargo, engullidos por ella. Pero aquella indignación sigue en quienes aún se sienten impotentes y esclavos del sistema actual, más ladino y opresor que nunca. Y no puede ser.
No puede ser que los profesores salgan llorando de clase por la falta de respeto de los alumnos; no puede ser que a los padres no se les deje elegir libremente el ideario de la educación para sus hijos; no puede ser que a los ciudadanos se les niegue la posibilidad de hablar el español en su propia tierra; no puede ser que en la Seguridad Social te trate como una colilla; no puede ser que los combustibles suban dictatorialmente y sólo puedas decir amén.
Uno se siente impotente ante la ola de acontecimientos sucesivos que te alienan ¡Qué impotencia! ¿Sólo queda la resignación? Rabia y enojo, enfado y disgusto, irritación y mala sangre se está instalando cada vez más en nuestra sociedad. Hay momentos en que ya no puedes más. Se acabó. Y es así como, poco a poco, la impotencia se adueña del alma y te infarta el corazón por desafección. Las frustraciones diarias van quemando los sentimientos cuando las presiones sociales se tienen que afrontar sin rechistar, pero con rabia interior ¡Qué impotencia ante el sistema político actual y sus consecuencias financieras! ¿Sólo queda la resistencia? ¿Hasta cuándo?
Impotentes ante uno mismo, porque no ve más salida que la pasividad nihilista, o la desesperación social. Parece una paranoia, pero la impotencia pinta en bastos la esperanza deseada. No se trata de ser antisistema; sino que el sistema no esté contra nosotros. Habría que hacer un ERE a toda esa rueda demoledora de gobernantes que produce más impotencia que dignidad, más insatisfacción que felicidad.
No es un tema de derechas ni de izquierdas, sino de toda esa clase política que da pocas soluciones a esta situación actual tan llena de injusticia e indignidades ¡Qué jartura! Podría llegarse a la violencia. Ares y Marte no lo permitan. El mismo Hessel, autor de ¡Indignaos!,- (base ideológica del 15M)- señalaba que sólo desde la paz se pueden buscar soluciones. Por supuesto. Pero ¡ojito! porque la impotencia vuelve al hombre animal… y, siendo así, ya sabemos hasta dónde puede llegar. Con buen criterio, el mismo Hessel escribió ¡Comprometeos!, quizá para abrir la puerta pragmática a tanta indignación que produce la impotencia.
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