La balanza emocional

El autor describe en primera persona uno de los padecimientos más comunes: la tristeza, entendida como un estado no transitorio de quienes sienten la existencia como un péndulo, en el que generar el ánimo no siempre depende de uno mismo

La tristeza deja su huella inmortal en libros de poesía bucólica, en cartas de amores heridos, en testamentos vacíos, en listas de personas desaparecidas. La tristeza deja su huella inmortal en libros de poesía bucólica, en cartas de amores heridos, en testamentos vacíos, en listas de personas desaparecidas.

La tristeza deja su huella inmortal en libros de poesía bucólica, en cartas de amores heridos, en testamentos vacíos, en listas de personas desaparecidas. / © JESÚS BENÍTEZ

Escondida entre la bruma y agazapada en la borrasca del sufrimiento, sobrevive la tristeza como símbolo inequívoco de un alma herida. Siempre existe un motivo, una causa u origen que justifican el estado de ánimo más lamentable del ser humano. La tristeza se describe con infinidad de rasgos, expresiones y gestos pero, casi siempre, quien la padece adopta un comportamiento silencioso, distante y huidizo. La tristeza es apática, intimista y propia de los sentimientos más individualistas, del llanto privado y el recelo hacia el exterior.

La tristeza no exige nada concreto, sólo respeto y soledad, quietud. Tristeza es una incógnita que no precisa solución inmediata. La tristeza es un trastorno momentáneo que no reclama urgentemente comprensión, diálogos o compañía para aliviarlo. Es una batalla individual, precaria, en ocasiones asfixiante y prolongada en el tiempo, ajena a reglas nemotécnicas. La imagen pura de la tristeza se dibuja en el banco de cualquier parque solitario, donde un viejo encorvado posa su rostro agrietado sobre las rodillas y deja caer aquel cigarrillo que se había consumido ya entre los dedos.

Tristeza es un niño que vuelve atormentado a casa y no explica la razón del mal que le aqueja, debiendo asumir por sí mismo que en el colegio se ríen de su fealdad. Tristeza es una foto en blanco y negro con una mujer llorando ante la tumba de su marido. La tristeza se exhibe en los cines cuando los novios dicen adiós a sus prometidas para marcharse a una guerra absurda, o cuando muere el bueno de la película. La tristeza habita en la esquina de un bar con un solo cliente que, desdibujado, lamenta entre sorbos de ‘veneno’ etílico, la pérdida de su trabajo.

La tristeza adopta proporciones colectivas con las imágenes de una ciudad asolada por alguna tragedia, o los horrores de una masacre indiscriminada, o con los cuerpos famélicos de personas sumidas en la más absoluta de las miserias. La tristeza convive con una anciana solitaria que asoma sus ojos a través de los visillos de una ventana. La tristeza deja su huella inmortal en los libros de poesía bucólica, en las cartas de amores heridos, en los testamentos vacíos, en las listas de personas desaparecidas. La tristeza genera riqueza a las funerarias y a los asilos de pudientes.

‘Escultura a la mujer del marinero’, obra de José Gámez Cano en Ayamonte 2005. ‘Escultura a la mujer del marinero’, obra de José Gámez Cano en Ayamonte 2005.

‘Escultura a la mujer del marinero’, obra de José Gámez Cano en Ayamonte 2005. / © JESÚS BENÍTEZ

La tristeza no es un estado transitorio, es el porcentaje depresivo que nos acompaña de por vida a quienes sentimos la existencia como un péndulo o balanza emocional, en la que generar el ánimo no siempre depende de ti. Es la actividad más oscilante, cambiante y, por tanto, triste. El estímulo que disipa toda tristeza suele emanar de la autoestima, valorándose a uno mismo. La tristeza inicia su cuenta atrás cuando imploramos al deseo de vivir y, en ocasiones, si recibimos el abrazo de aquellos que, en muchos casos, provocaron ese lamentable estado. Si no se dan estas circunstancias, nos convertimos en almas en pena vagando por un mundo hostil.

El único alivio para la tristeza suele llegar con la noche: al cerrar los ojos, la realidad se diluye, ralentiza el devenir y enmascara traumas. Deteniendo el tiempo, se minimiza la angustia, nublando el sentido  que pueda tener la vida. No hay silencio en el alma agotada, es la ausencia del ser lo que habla…

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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