En las tres cuartas partes del mundo civilizado ya no se consumen periódicos. El papel está en la UCI y la versión digital de suscripción de las grandes cabeceras tienen una salud mejorable por no decir maltrecha. No digamos como afecta a las cabeceras más modestas, regionales o de provincias que luchan contra la agonía de esta decadencia. La profesión periodística se ha precarizado a extremos impensables y como consecuencia, sufre la democracia, aborrega aún más a una masa proclive a conformarse con todo, cada día menos crítica y que compra todos los mantras que le quieran vender.

El poder de la palabra escrita en el periódico, el nivel de análisis de lo que realmente importa y su capacidad de abstracción, se han sustituido en exclusiva por el medio visual donde el mensaje es más simple, emocional y carente de reflexión profunda.

Hace años que es infumable tragarse un telediario, da igual la cadena que elijan salvo alguna escasa excepción; a lo importante le dedican pocos e irrelevantes minutos con preferencia de lo nacional a lo internacional, para después mostrarnos un catálogo de "noticias" intrascendentes, carentes de interés cuando no idiotas, que parecen ser devoradas con fruición por un público que no se pregunta más allá del cambio climático, la creciente desigualdad en los países capitalistas, la lucha del género o el próximo fichaje estrella de su equipo de fútbol, qué ocurre en el mundo, porqué y quien es el guionista de la realidad que nos rodea.

Lo visual, atractivo y estimulante, global en su difusión ha idiotizado a una mayoría a la que se le hurta información veraz y crítica y se le sustituye por inútiles historias de vida de nulo interés que son una extensión de la sociedad del entretenimiento. Leer te da más, dice el aserto. La imagen hoy es como nunca, una poderosa arma de la mentira.

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