En Jerez, el ‘enterao’ es una subespecie del sabiondo. El ‘chanelaor’ es quien sabe de algo, pero sin llegar a ser autoridad en la materia. Cosa distinta es el que sabe más que Briján o que los ratones coloraos, que ese sí es más listo que el hambre.

Poco sabemos del señor Briján, aunque algunos ‘enteraos’ hablan de un listísimo inglés residente en el municipio onubense de Riotinto llamado Brian que, traducido al andaluz, resultó ser Briján. Los ratones coloraos se los debemos al ojo de Darwin que detecto en las Islas Galápagos unos ratoncillos que escapaban de las serpientes con habilidad. Según algunos ‘chanelaores’, el científico iba acompañado en esas expediciones de un sevillano llamado Rodrigo Sánchez que fue quien pregonó la listeza de los roedores por la baja Andalucía.

El padre Coloma no nos aclaró si Ratón Pérez era colorao, pero sí que era listo, pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y que usaba cartera roja.

También es listo el que sabe latín. Pero el latín se ha ido arrinconando en los planes de estudio hasta dejarlo reducido a una migaja cosmética. Se gastan fortunas en recuperar una ruina romana cuando se abandona el mayor tesoro de la antigüedad que es la lengua por la que se expresó nuestra civilización. Es la lengua de la filosofía, la teología, la política y la historia. También es la lengua de la ciencia. Pero sobre todo es el vehículo por el que discurren los conceptos del saber.

Buena parte de la literatura culta de nuestra civilización está escrita en latín y sus conceptos son latinos. Desconocerlos supone la condena a la pena de ignorancia. Con el desuso del latín se podría arrojar a la basura el ochenta por ciento de la bibliografía cultivada de occidente. Del ciento por ciento en el caso de la bibliografía católica. Por eso el latín es lengua viva, porque es lengua del pensamiento.

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