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De tanto bullicio que tenemos todo el año, anda el alma agitada y el cuerpo sacudido. Pareciera que fuese este el único modo de estar en el mundo, sin tener en cuenta que es el silencio y la soledad el contraveneno de la ciudad. No digo que sea así en la España vaciada, que debe ser nada por estar deshabitada, sino que conviene, en estos días de asueto vacacional, que pudiera uno encontrar la oportunidad de regenerarse después de tanto ruido y algarabía. Es el tiempo de comer con lentitud y reposar sin acelero, y renegar de la bestia que en invierno no tiene siesta que acompañe, que parece, en invierno, con tanto eficientismo laboral, fuese signo de holgazanería.

Es tiempo de veraneo, y vale mucho un día de asueto para que nos haga olvidar los cientos de pesares que lleva el almanaque. Después del trabajo nace el descansar, porque hasta la salud requiere de tregua. Así que conviene que se detenga el carro y puedan evacuar los bueyes.

Todos necesitamos de domínica y reposo para que esto no se vuelva un sin vivir. Precisamos del asueto, la pausa, la siesta y el silencio. Al menos cierta sordina que mitigue el jaleo que llevamos dentro. Silencio, un poco de silencio y quietud ¡por favor! Todo el año con ruidos externos, música estridente, obras en la calle, angustia de tráfico y antros por doquier. Conviene un poco de música callada y alejamiento del mundanal ruido. No sólo es hacer silencio, sino tomar conciencia siquiera de los pocos ruidos que en verdad importan, que acaso sea escucharse uno a sí mismo en la apacibilidad de cualquiera de los sitios que elijamos; o nos elija el cónyuge, la prole o la suegra (pero eso es otro asunto muy ruidoso).

A lo que voy. El veraneo pueden ser un estado de discernimiento de los sonidos del silencio, como yo, que sigo escuchando a Simon & Garfunkel. No es cerrar la boca; no sólo. Es liberarse de los ruidos externos para dejar hablar ese interior que tenemos secuestrado con tantos desasosiegos. No es sonido; no sólo. Es dejar salir lo profundo de nosotros mismos. Emerger del laberinto de nuestro pellejo ruidoso para llegar al sonido interior que dialoga con el yo.

El veraneo puede ser una excusa perfecta para salir de la intensa actividad agotadora antes de que nos desgarre, o descuarticemos a alguien. Conviene parar, aquietarse, como los felinos cautelosos antes de lanzarse a la caza, para sentir el escalofrío de la sensibilidad perdida o rescatar, quizá, la palabra que, en su día, sirvió para decirle a alguien 'te quiero'. Si aprovechamos este tiempo para adquirir cierto nivel de silencio, dejando de escupir palabras, quién sabe si, por dejar de decirlas, se pudiera salvar algún matrimonio.

Son las ventajas del silencio: la posibilidad de encontrarse uno consigo mismo en esos espacios buscados para higienizar la mirada. No es de extrañar que si lo buscamos con ahínco pudiera hablarnos y encontrar en él el verdadero arte de la conversación, después de haber pasado tanto tiempo enrocados en el grito, el ruido y la algarabía. Parece un sin sentido que sea el silencio quien nos hable; y este es, sin embargo, el verdadero juicio de la paradoja. Qué bien decía Machado: 'Converso con el hombre que siempre va conmigo - quien habla solo espera hablar a Dios un día- mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía'. Tiene muchas ventajas encontrarse con el silencio.

Por lo pronto, sabiendo callar, nos preservamos la contingencia de que los demás se den cuenta de lo vulnerables que somos. Fíjate hasta qué punto son reveladoras unas vacaciones contemplativas, pues podrían ponernos en el camino de la sabiduría, cerrando la boca a tanto enredo y cotorreo insignificante.

Sería de desear que, durante este tiempo de alivio, pudiéramos pasear por el silencio de la observación, simplemente; guardar silencio ante las maledicencias; evitar las intrusiones en coloquios triviales y poder saborear el dulce placer de la paciencia, con tan sólo esperar el turno de la última palabra importante; y enmudecer, pasar en silencio hasta recomponer el cuerpo y el alma de tanta zafiedad cacareante, en busca de una palabra sustancial, tal vez profunda y arrebatadora. Sería un triunfo poderlo contar; o callar, que sería lo más consecuente.

Unas vacaciones 'por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido'. No se equivocó Fray Luis de León: ir más allá de la excursión, la fiesta, el garrafón, más allá del acopio insatisfactorio de sensaciones epidérmicas, más allá de la circunvalación a la tierra que nos ofrece la agencia del mejor crucero. Buscad unas vacaciones de sonidos naturales, de latidos espontáneos, vacaciones baratas, de olores, nubes, silencios y encuentros con el yo, con ese tú que llevamos dentro y tantas veces dejamos de atender ante las prisas de lo, siempre, tan urgente; pero menos importante. ¡Feliz Veraneo!

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