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Adiferencia de la inmensa mayoría de los artistas de siglos anteriores, de Andrés Benítez nos ha llegado una excepcional lista de obras redactada por él mismo donde se detallan todos y cada uno de los retablos que hizo desde 1754 a 1770. Si bien su trayectoria se extendió más en el tiempo, ya que no falleció hasta 1786, esto permite hacernos una idea bastante clara de su producción. Todo ello sin olvidar que quedan piezas sin documentar del último periodo de su vida y que otras de las que sí hay constancia de su autoría, lamentablemente, se han perdido. En cualquier caso, el significativo número de las conservadas nos va a permitir completar esta serie de textos sobre el artista con un repaso por los trabajos salidos de su taller que aún perduran. Les animo, de este modo, a buscar y descubrir el legado dejado por Benítez, sobre todo, en Jerez.
Podríamos empezar en la capilla del Voto de San Francisco con uno de sus primeros retablos, en el que el estípite y otros pormenores remiten a sus contactos con maestros de la primera mitad del siglo como Agustín de Medina y Flores. Unos comienzos que nos hablan de una transición desde esquemas más tradicionales, con una rocalla todavía puntual. En San Miguel, en las ricas puertas que dan entrada por el interior a la capilla del Sagrario y que talla en 1759, el avance resulta más decidido. Pero será en la década siguiente cuando su estilo llegue a la madurez con realizaciones de la entidad de las que ejecuta para Santo Domingo hacia 1764. Me refiero a la monumental portada de la capilla de los Montañeses, que nos hace intuir los arcos de arquitectura efímera que ideara para ciertas celebraciones festivas, o la compleja e imaginativa estructura que levantó en la capilla de la Virgen de la Consolación, una de sus creaciones más memorables, e imprescindibles.
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