Se celebran en Jerez las XI Jornadas sobre Archivos Privados dedicadas, en esta ocasión, al mundo de la música. Nuestro pueblo que puede presumir de ser pionero en tantas cosas dedica pocos halagos a su magnífico archivo municipal completado, con el no menos importante archivo de protocolo notariales. Si le sumamos el archivo diocesano, las fuentes documentales dan para escribir muy detalladamente la historia local.

Hay papeles desde la reconquista en el siglo XIII y también faltan papeles desde entonces. Los optimistas dan gracias a Dios por todo lo que se conserva. Los pesimistas no hacen más que quejarse de los muchos papeles que faltan. Pero el balance es positivo. Falta la inversión pública y el deseable mecenazgo para que los nuevos medios tecnológicos conserven para siempre esa información y, en lo posible, el soporte papel.

Este tesoro documental nos ha llegado gracias a la honradez y dedicación de personas anónimas que a lo largo de los siglos han tenido confiada su custodia. Funcionarios municipales, escribanos y curas cuyos nombres no pasarán a la historia aunque han hecho posible que la historia llegue a nuestros días. Nombres como el de Juan Polanco y Roseti, que le puso índice por filiaciones -nada más y nada menos- que a las escrituras de los siglos XVI y XVII, seguirían en el anonimato de no ser por archiveros como Cristóbal Orellana que los sacan a la luz, quizás por verse reflejado en ellos.

Estas jornadas se dedican a la música. La música, a diferencia de otras artes, admite la manipulación y el estropicio. Cuando un aficionado aporrea un piado tocando el Sueño de Amor de Liszt sufre exclusivamente el oído, el autor y su obra permanecen incólumes al sacrilegio, y a la espera de un intérprete virtuoso. Eso es gracias a la existencia del documento musical que la transporta en el tiempo y por el espacio.

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