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La muerte accidental de Juan Velarde Fuertes, a los 95 años, nos llena de nostalgia al recordar momentos vividos, su conversación rica y apasionada, los escritos sorprendentes, que iban de las raíces recónditas de la historia a nuestra realidad más inmediata. Es imposible recoger los matices, a veces contradictorios, de la vida y obra de Velarde, que es la de casi cien años de la vida en España. Hay dos momentos especiales en que pude hablar largamente con él; uno fue en Ronda, en el curso que organicé con la UIMP sobre Andalucía en el pensamiento económico, donde Juan estaba encantado, porque más que un curso era un encuentro para debatir, y él tomaba notas de lo que se decía. El otro fue en La Granda (Avilés), donde Velarde había creado los famosos cursos de verano tras su etapa como rector de los Cursos de La Rábida, donde dimitió por discrepancias con Manuel Clavero, pues los veía de forma más ambiciosa que dar unas clases; en La Granda las conversaciones se extendían a las comidas que mandaba preparar Teodoro López Cuesta, y en las que para descansar de tanta Economía oíamos de Severo Ochoa los progresos de la Medicina, y sus vivencias de Málaga cuando era niño.
Es peculiar el vínculo que hubo entre los maestros Gonzalo Arnáiz, José Luis Sampedro, Enrique Fuentes, Manuel Varela, Juan Velarde y, más jóvenes, Milagros García Crespo y Luis Ángel Rojo, muy diferentes en carácter e ideas, pero que mantenían un respeto, que es algo más que tolerancia, hacia las ideas de los demás. Como botón de muestra está lo que escribe Velarde, cuando muere Arnáiz, que había sufrido por sus ideas la cárcel y el exilio, al que admira y cuya vida califica de "ejemplar". Todos ellos son funcionarios al servicio de la estadística, la defensa del medioambiente y equidad, hacienda, apertura internacional, las cuentas públicas, o la regulación y supervisión bancaria, buscando siempre llegar a soluciones concretas de los problemas de España. Es fácil tomar expresiones sueltas para decir que defendían esto o aquello, pero muy por encima de su orientación política estaba la independencia de ideas, con un sentido acusado del interés público; en el caso de Velarde incluso implanta algo de lo que recelaba como era el salario mínimo (ver J. Morán La Nueva España, 14-4-2009, donde dice también que: "lo respeto y creo que está muy bien actuar en el mundo empresarial; pero no me siento vinculado con el interés privado"). No es extraña esta independencia de criterio, pues la vocación de funcionario sólo era sobrepasada por la de universitario. El empeño de todos ellos en liberar la economía de las restricciones y controles de la época franquista, que en nada favorecían a la mayoría, viene acompañado por un afán de inclusión social, no ya como resultado del crecimiento económico, sino como condicionante del mismo. Juan Velarde disfrutaba de todo, gustaba de las novelas policíacas y de lo dulce, y en una ocasión lo acompañé a un convento para copiar unas recetas. Son recuerdos que se cruzan en las sombras de la memoria con unos versos de Manuel Altolaguirre cuando dice: "En ese sueño alto,/que nos hace ser fina/caricia de tinieblas,/está nuestro destino:/techo para cubrir nuestra ignorancia,/suelo para luz de nuestra gracia".
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