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El Ferrocarril de España ha sido durante las últimas décadas espejo en el que se han mirado otras naciones; incluso, de mayor potencial económico. Nuestro tren era moderno, fiable, puntual… no ofrecía duda alguna. La Alta Velocidad Española se estaba extendiendo por casi todo el país, posibilitando que, en pocas horas, desde cualquier punto, se llegara a Madrid. Esto permitió que muchas ciudades periféricas vieran incrementado su desarrollo y se abrieran a la necesaria Modernidad, ampliándose sus perspectivas. Se hicieron las cosas bien y las correctas y eficientes políticas, las del Gobierno de la Nación y las de las Comunidades Autonómicas, mantuvieron e incrementaron las posibilidades de un ferrocarril que, en la mayoría del país – quiten de aquí a esa Extremadura, todavía, descaradamente, abandonada en materia ferroviaria – iba a mucho más. Pero llegaron tiempos de negrura, de populismos baratos, de conquistas espurias de votos para fines personales; se comenzaron a dar bonos de viajes gratuitos sin ton ni son; bonos regalados de los que se hicieron mal uso por el comportamiento incívico del personal y que tuvo consecuencias nefastas para una inmensa mayoría: imposibilidad de encontrar un billete en las taquillas por las reservas inadecuadas cuando los trenes iban casi vacíos. Políticas de políticos nefastos, prepotentes, inútiles, adoctrinados para salvaguardar la imagen del superior o desviar la vista de sus turbios manejos, llevaron a cabo un ejercicio contrario a toda lógica -menos a la suya- que posibilitaba que tanto bueno conseguido en el transporte ferroviario se viera reducido a la nada. Tenemos ejemplos claro del deterioro absoluto del ferrocarril. La Alta Velocidad llega, cuando llega, con retraso; los trenes se paran en las vías sin tener muy claro el por qué; llegar a la hora prevista a un destino es poco menos que una utopía. El otro día estuve varias horas metido en un tren, sin explicación alguna, porque, al parecer, algo extraño pasaba en las catenarias. Siempre ellas son las culpables. Mientras tanto, el Ministro del Ramo, promoviendo macarras argumentaciones y pontificando sobre sabotajes imaginados. ¡Qué pena!
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