Menudo curso de incertidumbre y llamas
Centros comerciales
Hubo un tiempo en el que viajar era atractivo, entre otras cosas, porque te permitía conocer costumbres distintas y hacerte con recuerdos desconocidos en tu pequeño mundo. Antes, los mostachones eran de Utrera, las ensaimadas mallorquinas y los transistores de Ceuta. Hoy, nada es de ninguna parte, y todo viene de Amazon.
Si vamos a una venta para probar el nuevo mosto y pedimos butifarra vendrá con la etiqueta de Mercadona y con todos los sellos de sanidad, pero sabiendo a jabón de olor. Cosas de la globalización, de la resiliencia y de la madre que los trajo. La matanza ha muerto.
España fue un poco pionera en todo esto. Protagonizó la primera globalización y tuvo la culpa de que los mantones de China se llamen de Manila por el mero hecho de venir en el galeón que cubría la ruta de Filipinas a Acapulco. En aquel entonces, España se hacía presente en China, Japón, Camboya, Siam, Formosa y hasta en la Cochinchina. El Galeón de Manila fue el Amazon de los siglos XVI a XVIII. Hoy no pinta nada en el escenario geopolítico y hasta Marruecos se carcajea aguardando el momento propicio en el que dé al ejército que tiene desplazado en la península, la orden de ataque.
Volviendo a los souvenirs, nadie va ya por navajas a Albacete, ni por tortas a Alcalá. Se han puesto de moda los centros comerciales que son iguales en Cuenca y en La Coruña. Una sucesión de tiendas del grupo Zara que exprimen el bolsillo de consumidores al borde del mínimo vital. Las alamedas vacías y los centros comerciales llenos de tiendas idénticas. Templos del consumo que sirven la misma comida basura aquí y allá. No hace mucho, una señora de viaje en Tarragona se encaprichó con un traje de los de don Amancio y no pudiendo resistir la tentación, pecó y compró. De vuelta en su pueblo, vio el mismo traje en casa de don Amancio, pero de rebaja y a la mitad de precio. Cosas del destino.
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