Cuestión de edad

Uff... por poco. Hablando con amigos cuando Felipe VI fue rey, dijo uno: “Ya somos más viejos que el Jefe del Estado”. Y otro respondió “Mientras no seamos más viejos que el Papa, vamos bien”. En estos días me echaba a temblar. Al final, aunque por poco, sigo siendo más joven que el Papa. Lo bueno es que a esa edad es posible aún asumir tareas importantes. Y no pienso en protagonismos notables sino en aportar lo mejor que se tiene: experiencia y escepticismo para decidir bien los apasionamientos y lo que realmente merece la pena.

Al hilo de esto, me resultan difíciles de entender las actuaciones de la Iglesia en relación con la edad de sus cuadros. A los sacerdotes y obispos se les pide que renuncien a los 75 años y los electores papales tienen que tener menos de 80 años. Sin embargo no se quieren papas “jóvenes” como Juan Pablo II (58 años al ser elegido) para evitar reinados largos. Resulta contradictorio: Se reconoce por un lado que, en general, la edad es un factor limitativo de capacidades y la puerta para un merecido descanso y, por otro, se corre un riesgo cierto de tener gobernando durante más o menos tiempo a un anciano decrépito y con escasas facultades. Benedicto XVI, viéndose mal, tuvo el coraje de dimitir y hay quien le criticó por ello. Francisco no se atrevió. Y no vale aquello de “Cristo no se bajó de la cruz”, porque no fue voluntario y estaba amarrado y clavado por los poderes políticos y religiosos de entonces.

Quizás estas contradicciones se resolverían con una elección del Papa por un tiempo limitado, el que se viera oportuno, aprovechando los cambios para, sobre todo, una mayor apertura a las mujeres y una cierta participación del Pueblo de Dios en el proceso.

Puede que al Espíritu Santo no le parezca tan mal. ¿Quién ha tenido línea directa con él para decir lo contrario?