La sacristía del arte
Inmaculada Peña
Si Jerez muere
En estas semanas, una vez que las viñas se quedan sin uvas, en Jerez comenzamos las Fiestas de la Vendimia y otra vez nuestro vino será protagonista. Eventos de todo tipo, más o menos populares, concursos, catas, exposiciones, gastronomía, patrocinio, relaciones, mucha actividad turística y poco conocimiento de nuestro patrimonio para las jerezanas y jerezanos, y un buen puñado de visitantes que se acercarán a nuestra tierra para beber, conocer y aprender de nuestro vino.
Pero ¿qué historia estamos contando del Vino de Jerez? En las Fiestas de la Vendimia, como en todo evento, se cuenta una historia, un relato sobre nosotros y nosotras mismas. ¿Cuál es?
Tristemente podemos decir que no se cuenta la historia de Jerez, ni la historia del vino de Jerez, se cuenta la historia de las grandes casas bodegueras de la ciudad. Que no es lo mismo. Se cuenta la historia de la burguesía que dirigió las bodegas y la vida económica, social y política de nuestra ciudad. Pero… ¿hicieron realmente ellos el vino?
La historia del vino que se muestra en las Fiestas de la Vendimia queda coja mientras no se cuenten las historias de aquellos y aquellas que verdaderamente hicieron y hacen el vino de Jerez: los trabajadores y trabajadoras jerezanas. Pues la historia del vino es, en esencia, la historia de las luchas obreras de Jerez.
Echo de menos una Fiesta de la Vendimia que nos cuente el primer motín que se recuerda, en 1855, de trabajadores agrícolas jerezanos. O el levantamiento de 1873 o la historia del montaje de la Mano Negra, que acabó con tres mil jerezanos detenidos y cuatro asesinados, o los sucesos de 1892 en el cual los jornaleros tomaron la ciudad durante unas horas con la esperanza de hacer real su utopía.
O también se podría contar la figura de Ramón de Cala, el alcalde bueno que tuvimos por poco tiempo, y que escribió ya en 1884 un libro fundamental para conocer cómo vivían los trabajadores que hacían el vino de Jerez.
Se podría rescatar la figura del jerezano Blas Cobeño Barragán, un albañil que ya en la primera reunión de la historia de la Internacional Obrera en España estaba allí representando a los trabajadores de nuestra campiña. O del malogrado Paúl y Angulo, que tantas veces escribió del día a día de los trabajadores de nuestro campo y bodegas.
Se podría poner esfuerzo en que las nuevas generaciones conocieran los oficios del vino: jornaleras, braceros, arrumbadores, químicos, enólogas, escribientes, diseñadoras gráficas o comerciales. E ir inculcando un orgullo por nuestro vino no desde los grandes apellidos, marcas o bodegadas, sino desde la gente que hizo y hace posible realmente el Sherry.
Como también habría que recuperar y reeditar “La Bodega”, de Blasco Ibañez, libro esencial para conocer la verdadera cara del vino de Jerez y que debería ser de obligada lectura en los institutos jerezanos. Y explicar a nuestros jóvenes que el Romance de la Guardia Civil, de Federico García Lorca, se inspira en los jornaleros y los gitanos de Jerez.
O hablar de las luchas del trienio bolchevique en nuestra campiña o del bueno de Sebastián Oliva. Y también de cómo un largo ciclo de luchas de más de 60 años provocó una de las grandes victorias obreras en Jerez: el convenio colectivo de la vid de junio del 36. 6 horas de trabajo al día, despido remunerado, fin del destajo…Quizás para ver el origen del golpe del 18 de julio había también que seguir la pista del dinero.
Tocaría, por supuesto, levantar la figura de María Luisa Cobo, la mujer que lideró uno de los primeros colectivos feministas de la historia de Andalucía, el Sindicato de Emancipación Femenina, que contó con cientos de mujeres trabajadoras de nuestro campo y bodegas antes de que llegara aquel largo invierno del 36.
Como no estaría mal recuperar las historias de las huelgas de la vid de los años sesenta que forjaron el germen de ese Jerez antifranquista que es padre de los derechos de hoy, o lo que supuso la reconversión industrial de finales de los años ochenta y la dignidad de los trabajadores y trabajadoras de la vid que tan bien cuenta en sus memorias Manolo Fernández.
Y se me quedan muchos nombres e historias imprescindibles en el tintero. Hay decenas de especialistas en esto en nuestra ciudad. Cuenten con ellos y ellas.
Hoy son muchos menos los trabajadores y trabajadoras de la vid. Y sin embargo, el vino sigue siendo el hilo conductor de la historia que ha forjado material y simbólicamente nuestra ciudad. Necesitamos como el comer que las nuevas generaciones conozcan esta historia, la otra historia del vino de Jerez. Porque nadie quiere aquello que no conoce.
Pero ¿quién hizo el vino de Jerez? ¿Los González, los Gordon, los Domecq? El vino lo hicieron la gente sin apellidos de renombre con sus manos, sus cabezas y sus saberes. El vino es de nuestra gente, acordémonos cada vez que cojamos un catavino.
Por ellos y ellas, clase obrera jerezana, brindemos con un amontillado.
También te puede interesar
Lo último