Sanción ejemplar en tiempos convulsos
Inteligencia artificial y trabajo
Anda el mercado laboral hecho unos zorros. Mucho hablar de la Agenda 2030, pero poco de la estabilidad del empleo, de la dignidad del mismo y menos de la elección vocacional a la que aspira un verdadero trabajador. De momento no se sabe ni de qué clase de trabajos podemos hablar. Todo fluye de manera vaporosa. Sólo sabemos que la mayoría de la mano de obra actual será prescindible, innecesaria y obsoleta; salvo que la nueva clase obrera tenga otras condiciones y maneje la tecnología que nos aborda para que no nos desborde.
Nos hallamos en un frente de ruptura sistémica considerable donde la actividad humana, física y mental, destinada a la producción de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas va a tener que afrontar un vuelco inimaginable. Período convulso, por tanto. Desde la industrialización la amenaza del desempleo ha sido siempre una constante y nunca se ha materializado. Nos da, en ese sentido, un punto de esperanza; si bien la nueva tecnología es cualitativamente más avanzada y adquiere connotaciones más intrincadas que pueden cambiar las reglas del juego. Antes el conocimiento prevalecía sobre la fuerza bruta de las máquinas; pero ahora el nivel cognitivo de los aparatos supera en eficacia al humano. Esa es la verdadera revolución.
Las máquinas aprenden, analizan y comunican mejor que los empleados ¿Dónde tienen la competencia si hasta reproducen las emociones humanas? ¿Qué trabajo puede llevar ventaja ante esta ola de Inteligencia Artificial que todo lo resuelve? Fijaos cuántas cosas se derivan de esta consideración laboral ¿Hacia dónde debe dirigirse la preparación de los futuros trabajadores para no entrar en el cubo del desecho humano? Miedo me da sólo plantearlo, si no fuera porque tiene una inmediatez aplastante. Los banqueros serán sustituidos por algoritmos exactos; los conductores ya son prescindibles en coches inteligentes; los jueces se verán sustituidos por computadoras que redacten sentencias impecables (aunque no tengan epiqueya) No es ciencia ficción, es el implacable devenir de las cosas.
La IA, como hecho incontrovertible, supera a los humanos ¿Estamos preparados? Hasta el estudio de la neurociencia cuestiona desde la bioquímica la capacidad intuitiva y el libre albedrío. La ciencia está poniendo patas arriba todas las tesis filosóficas y teológicas que considerábamos inamovibles. Un nuevo modo de afrontar la vida se nos avecina, como si de un tsunami existencial se tratase. Los algoritmos bioquímicos van a poner en duda el alma, aquello que más espiritualidad tiene y que mejor define a la humanidad. Los trabajos no necesitarán alma, y no es de extrañar que tampoco precisen cuerpos.
En este sentido los griegos lo tenían claro: cuerpo y alma. Luego vino el cristianismo que, al unirlos, tan inseparablemente, no hubo manera de entender al hombre sin lo uno o sin lo otro. Y ahora, viene la IA y lo secciona con más habilidad que un carnicero. Pero a lo que iba. Con los algoritmos que descifran hasta las intenciones ¿qué podemos hacer? De momento, dejar que los científicos sigan estudiando la amígdala y el cerebelo para ver a qué derroteros nos llevan. La IA está superando a los antropoides en todo lo que hasta ahora considerábamos que eran habilidades únicamente humanas. Por lo que me veo con las manos cruzadas y sin trabajo.
O nos actualizamos colectivamente o vamos al garete, como los barcos que se desplazan sin gobierno, a merced del viento y las corrientes. Siguiendo con la terminología náutica, necesitamos un ancla. Llegará un momento en que la IA esté tan relacionada mundialmente, que ella sola (interconectada) podría gobernar la administración del mundo con más eficacia que todos los políticos juntos. Por ahí iríamos bien, si la cosa se quedara en la pura materia.
El problema somos nosotros, que la utilizaríamos a nuestro arbitrio antojadizo y no la dejaríamos comportarse con inteligencia natural. Paradoja pues: superar ese gran inconveniente que es el entendimiento humano. Probablemente el mayor escoyo que haya de solucionar la IA. Eso me deja un tanto escéptico. A lo que iba, que parece que me quiero escapar del tema ¡Ay, Ay, Ay ¡¡qué trabajo nos manda el Señor! que se decía en la zarzuela la Rosa del Azafrán.
Son muchos los beneficios que nos aporta; pero conviene adelantarse a los inconvenientes, preverlos y mitigarlos cuanto antes. Sin duda habrá más paro remunerado; pero ¿hemos nacido sólo para satisfacer las necesidades económicas? ¿qué sentido tiene el estar mano sobre mano y renunciar a la creatividad que nos hace seres superiores? Creatividad. Esa es la clave ¿Qué hacer ante la inminente destrucción de empleo animal? Toca reinventar la creación, reactivar la inteligencia dormida para completar al Homo Sapiens, algo más que un Hábil, y revertir la ecuación de un ser para el trabajo a un trabajo para Ser.
Un reto tan necesario como apremiante. Salvaguardar los empleos no puede frenar el avance de la IA. A no ser que utilicemos la IA para crear a un hombre libre más comprometido con una vida más vivible y creativa. Se necesitan puestos de trabajo más imaginativos que los que hasta hora ofrecen la industria, los servicios o la agricultura, hombres dispuestos a conseguirlo mientras las máquinas-animales realicen los trabajos ímprobos que nos deshumanizaban. No esperemos el ‘Deus ex Máquina’ ¡Manos a la obra! Todavía prefiero las canciones de Serrat, el desgarro del Torta o los tangos de Gardel a las que compone el ordenador de mi conspicuo amigo Paco con la IA. Nada que ver.
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