El milagro del Festival de Jerez

Tribuna libre

19 de febrero 2025 - 03:05

Como cada año, desde hace veintinueve, el Festival de Jerez llega a finales de febrero. Es algo que hay que celebrar, porque, realmente, su realización y materialización -con 45 espectáculos, 46 cursos de baile y 5 escenarios, sin contar las peñas- es una suerte de milagro que se hace realidad cada año, gracias al esfuerzo de muchas personas a las que hay que agradecer y felicitar por un trabajo que es ingente y desconocido para la mayor parte de los y las habitantes de la ciudad.

Este desconocimiento no debe de extrañar, porque esta cita nunca fue concebida para consumo interno, sino para proyectar la ciudad en el exterior, objetivo que se ha cumplido con creces en sus casi tres decenios de existencia. Pero, si en el común de la ciudadanía esa ignorancia es comprensible, no lo es en el caso de los sucesivos gobiernos municipales, que, en todo este tiempo, no han dado auténticas muestras de ser conscientes de lo que el Festival aporta a la ciudad, la proyección que le da, los ingresos que genera en la hostelería y la restauración, etc. Lejos de ello, se podría decir que han dado muestras de lo contrario, con actuaciones y políticas que para nada ayudan ni refuerzan el Festival.

Un penúltimo ejemplo de ello se encuentra en esta XXIX edición que se inaugura el próximo viernes. El Festival pierde los espacios de los Museos de La Atalaya, que se habían ido consolidando, no sin problemas, en los últimos años. Y cuando escribo en plural, no es un error: se pierden dos escenarios, pues al auditorio multiusos hay que sumar el Salón Don Jorge, donde se han celebrado espectáculos de carácter circular en las últimas convocatorias. La alternativa a La Atalaya va a ser el Centro Social Blas Infante, ubicado después del Parque del Retiro. Con ello, el ciclo sale del casco urbano y, en cierta medida, pierde la dimensión humana (la posibilidad de ir andando de un lugar a otro en unos minutos) que lo ha caracterizado desde su fundación (hubo una excepción no muy afortunada: la salida a Guadalcacín en 2006). Detrás de esta decisión hay, sin duda, una opción de carácter político, la de priorizar un evento turístico, al parecer un congreso, por delante del Festival, que bien merece ser la prioridad. ¿No es acaso este un atractivo turístico en sí mismo? ¿O es que el turismo cultural y flamenco es de menor rango?

Pero, más allá de hechos como este, se encuentra la sempiterna precariedad económica, la insuficiente financiación de la fundación que sostiene al Festival (FUNDARTE), a la que se le han ido añadiendo funciones y servicios sin que se le incremente su presupuesto, lo que termina agravando su déficit estructural. El Festival de Jerez fue concebido de una forma que le garantizaba una determinada auto financiación a través de los cursos de baile que se imparten durante su celebración, y que traen a Jerez a mucho más de un millar de personas durante dos semanas largas. Pero los ingresos que esos cursos generan son, a todas luces, insuficientes, y el evento, que inicia una nueva etapa con una nueva dirección, corre el riesgo de languidecer por inanición. La penuria económica trasladada a la organización de la cita provoca que los pagos a artistas y compañías se dilaten en el tiempo, que no se puedan emprender nuevas iniciativas y que los criterios económicos acaben por determinar la misma programación.

Jerez, su Festival, ha sido hasta ahora «el lugar donde toda la gente del baile y la danza quiere estar», en palabras de la bailaora y coreógrafa María Pagés, Premio Nacional de Danza. Se corre, sin embargo, el riesgo de perder esa condición, si no la estamos ya perdiendo. Podemos ver cómo artistas principales que elegían Jerez para el estreno de sus nuevas creaciones lo hacen ya en otros lugares. En ellos, se les ofrece lo que no se puede aquí: residencias artísticas, cofinanciación de proyectos… Ante la pujanza y fortaleza de otras apuestas nacionales e internacionales, el peso y la entidad de la primera cita mundial del baile y de la danza flamenca están claramente en riesgo.

No mueven estas líneas otra cosa que la defensa de nuestro principal evento cultural y el que suscribe no quiere perder la fe de que se cobre conciencia de lo expuesto. En cualquier caso, y mientras lo tengamos, dispongámonos a vivir la edición de este año. La programación ofrece elementos para ello: un escaparate dancístico con algunos de los espectáculos más señalados del año anterior, algunos estrenos de interés, atractivos conciertos… Disfrutemos de lo que esté en nuestra mano y, como siempre, celebremos ese milagro que es el Festival. Ojalá que por muchos años.

Fermín Lobatón es autor de Bailando en plata. 25 años del Festival de Jerez

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