El parqué
Continúan los máximos
En el parque del Retiro, entre los pocos árboles que quedan, se emplazó un monumento destinado a la memoria. Su propósito era claro y justo: rescatar del silencio a las víctimas del franquismo en Jerez, devolverles sus nombres, darles un lugar en el paisaje urbano. Pero, como tantas veces ocurre en esta ciudad, la buena intención se quedó a mitad de camino, tropezando con la torpeza de los materiales y la falta de cuidado.
El memorial no ha necesitado décadas para deteriorarse. Bastaron unos meses para que las letras empezaran a soltarse, las placas a mancharse y los nombres —esos nombres que se querían eternos— a desvanecerse bajo la lluvia. En vez de bronce o piedra, se eligieron materiales que parecen pensados para una exposición temporal, no para resistir el paso del tiempo ni del olvido. Un monumento a la memoria que se borra solo: ahí está la ironía.
No hay nada más triste que ver cómo la ciudad olvida hasta el recuerdo. Porque no hablamos solo de un fallo técnico o de un descuido estético, sino de algo más profundo: de la costumbre jerezana de inaugurar sin pensar en mantener, de confundir el gesto simbólico con el compromiso real. El monumento, en vez de elevar la memoria, acaba representando el descuido con que tratamos lo que debería importarnos.
Quizás dentro de unos años, alguien, al pasar, vea lo que queda y se pregunte qué fue aquello. Entonces se cerrará el círculo: el olvido habrá ganado otra vez, con la ayuda inestimable de nuestra propia desidia.
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