Felipe Ortuno M.

Tiempo, memoria y olvido

Desde la espadaña

30 de abril 2025 - 03:06

El tiempo acaba por vencer; no así la memoria. Lo vivido va dejando rastro por el camino. Hay en el hombre capacidades que superan el tiempo, como cajitas de acumulación que configuran el tesoro más preciado que llevamos. Hay una memoria, un almacén de la mente, que supera el tiempo y hace de nosotros seres alargados, casi infinitos, extensiones de una vida a otra, de un camino a otro inextinguible. También existe el olvido, esa frontera imaginaria que nos aproxima al descalabro y la marginalidad. Contra ella luchamos, contra el tiempo que limita y contra el olvido que nos destruye.

Pero el tiempo nos corresponde y la memoria nos sueña en el infinito. Tiempo y memoria construyéndose el uno al otro como dos arquitectos aprendices de la existencia. Por la pendiente del tiempo van nuestra vida, asimilando el pasado y queriendo abarcar el ciclo de todas las edades. Vamos así, entre el alma de niños que somos y el recuerdo de quienes nos precedieron y ya no están. Vamos presurosos e inconscientes por los minutos que nos configuran, sin darle siquiera importancia. Vamos por el tiempo sin saber que él nos hace y modela, sin caer en la cuenta de la inmensa huella que deja en nosotros y luego olvidamos.

Cuando pasamos cierta edad quisiéramos recuperar lo olvidado. Pero el tiempo es así: implacable con la memoria; aunque la misión de ésta consista en recordarlo, aprisionarlo en el corazón de su siempre. Y en eso está la memoria, en querer ser tiempo retenido que se nos escapa y desvanece como los minutos de cada inconsciencia. Cada paso que damos nos aumenta la edad, porque no tenemos tiempo, vamos flotando sobre él: somos pasado en cada paso y porvenir en cada sueño, y memoria en cada recuerdo. Así vamos, superponiendo, estratificando el yo sucesivo para luego recuperarlo en la superficie de lo que somos: recuerdo en el futuro y memoria del pasado, tiempo venidero y pretérito impenitente, tiempo y memoria que nos hace ser cuando ya no existen.

Vivimos así, trastornados, desequilibrados por el tiempo y revolucionados por el corazón, poseídos por el latido de la memoria y atrapados por la imposibilidad de recuperar cuanto fuimos en este hoy que recuerda y quiere poseernos. Tiempo y Memoria ¿Qué fui y qué soy? Recordar para no ser otro distinto a mí con el paso de los años; recordar para recuperar el orden de mi tiempo; recordar para no confundirme en lo contradictorio que fui, para redimirme de mí mismo cuando nunca tuve consideración de cuanto hice. Memoria para redimir el tiempo extraviado, para asomarme a la historia de mi pasado y hacerla presente, reconciliarla conmigo y con todos. Porque entristece haber sido como se ha sido, porque aflige no haber sido mejor y más humano; porque el tiempo que lo cura todo, deja un rastro de memoria insatisfecha y te vuelve al patán que fuiste, a la ambición que me maltrató y a las pasiones que me descontrolaron.

Y cuanto quieres olvidar, lo tienes en la memoria; y cuando quieres recordar, lo tienes todo ya olvidado. Pero todo se lo lleva el tiempo. El recuerdo también se lo lleva el tiempo. Se lleva la memoria, y el olvido. Se lleva lo bueno, lo malo, todo. Porque todo tiene ese común destino de trayecto, ese final contra el que no se puede luchar por más que insista la memoria. Unos y otros vamos a ese cajón del desprecio, en el que quizá se encuentre la esencia de la verdadera sabiduría ¿No será la indiferencia el mejor saco para la memoria? ¿No será el olvido la mejor indiferencia contra el tiempo que tanto castiga a la memoria?

Tiempo, memoria en el olvido del cementerio, en la tranquila paz del amor inevitable, en el recuerdo de quienes amamos y ya no están ¿O están acaso en la memoria del tiempo? ¿Acaso en ese tiempo que se reserva para el corazón? Porque hay a quien amamos en el presente, hay a quienes amamos en el pasado, hay quienes, en todo tiempo, amamos simultáneamente. Hay memoria del tiempo, como hay corazón en el recuerdo, como hay verdad en la memoria, como hay tiempo imperecedero; como hay olvido, nada mental, ausencia de horas cuando se derrumban los montículos del reloj de arena.

Marcel Proust anduvo en búsqueda del tiempo perdido, atravesando los espacios de la memoria, hasta resucitar en ella la no desdeñable resurrección de todo; también del tiempo, que lo envuelve todo y lo destruye todo hasta resucitar ese todo inimaginable que constituye la realidad de la verdadera memoria.

Recuperar el tiempo perdido quizás sea el mejor ejercicio para recuperar la memoria olvidada, la verdadera y auténtica memoria de la vida, de la historia, de nuestra condición humana que vive en el tiempo, que se recupera en la memoria y, quién sabe, si se salva en el olvido de la muerte que no es otra cosa que el espacio entre la vida y la resurrección. Tiempo y espacio, memoria y olvido, historia de lo que somos, recipiente de lo que vivimos, de lo que recordamos en el sueño o de lo que olvidamos con la reconciliación. En cualquier caso, somos tiempo, memoria y olvido. ¿A qué tanto rencor? De la memoria histórica prefiero quedarme, sobre todo, con el perdón del olvido y el futuro de la reconciliación.

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