El tren, siempre el tren
Otra vez el tren. Otra vez la nefasta realidad del ferrocarril en España. Ya no es la problemática de un Ministerio que huele mal; mal por lo que parece que aconteció en un pasado reciente y mal por lo que está pasando ahora, con lo ferroviario en entredicho por las espurias actuaciones de una política pobre de hecho, pobre de acciones y muy pobre por la ineptitud del que encabeza la situación, el ministro maledicente, mal encarado y muy mal dispuesto para ejercer una función de la que no sabe, no quiere enterarse ni asume sus responsabilidad.
Lo cierto y verdad es que el tren, todos los días es cabecera informativa de los medios de comunicación. La infraestructura ferroviaria es vieja y no se arregla; el material móvil, que fue un tiempo el mejor del mundo, ya no lo es, porque cumplió su objetivo y no ha sido renovado. Los trenes están antiguos, han dado un importante juego y ya han debido ser sustituidos. Por eso, los trenes se quedan inútiles y se paran; el ancestral retraso del ferrocarril de los años sesenta es historia del presente. Los trenes salen o llegan con retraso, se paran en mitad de la nada, se averían por cualquier cosa, están viejos y hasta sucios.
Santa Justa y Madrid Atocha han sido estaciones caóticas, con los trenes saliendo a horas intempestivas y con los viajeros, entre los que me encontraba, desquiciados, sin saber a qué atenerse y absolutamente desinformados. Los escuetos mensajitos a los móviles sólo advertían de retrasos y más retrasos. Un Alvia de Madrid a Cádiz salió con dos horas de retraso de Atocha y llegó a la capital gaditana casi con tres horas. De poco vale que te devuelvan el importe del viaje. El tiempo vale infinitamente más.
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