Sanción ejemplar en tiempos convulsos
Vivir entre luz y tiniebla
De los lumbreras me fío ná y menos. Precisamente porque exteriorizan demasiada luz. Me resultan más creíbles los que se ocultan con timidez; aunque los haya taimados y ladinos. Si por algo se distingue la luminosidad, es precisamente por el contraste que nos da de la tiniebla. Tiniebla y luz van inexorablemente unidas. Quien no entienda esto se puede dejar atrapar por una realidad aparente, o por la apariencia de lo contrario: vestirse con piel de cordero, por ejemplo. Como decía mi padre: todo lo que parece, no es. La luz pone en evidencia a la oscuridad, dependiendo de si la luz viene de dentro o sólo trasparenta la luz exterior. Algo así como ocurre con las vidrieras de las catedrales, que por fuera parecen oscuras y por dentro reflejan la luminosidad que acopian y proyectan hacia dentro.
La vida misma, dependiendo desde dónde se mire, así se lea, si desde el interior o desde el exterior, como las vidrieras. Haz y envés de toda la naturaleza. Lo que pareciera que no tiene brillo es probablemente lo que más luz interior contenga; y lo brillante y fantástico no sea sino luces de feria y propaganda de neón. La doble cara está presente siempre. Cuando uno busca la luz, ha de tener muy en cuenta la tiniebla. Es en ese contraste donde precisamente valoramos cualquiera de los resultados de una búsqueda interior.
Me decía un agudo maestro, en tiempos en que el apasionamiento de novicio obnubilaba mi razonamiento, que el diablo solía aparecer vestido de belleza seductora y no de fealdad fácilmente rechazable. En este sentido la maldad tiene más luces (por artificiales) que la verdad, siempre tan cautelosa y oscura (por ocultamiento). Deduzco, por tanto, que tan engañosa es la oscuridad aparente como la luminosidad fingida. La gente más demoníaca aparenta mucho, mientras los ingenuos y bondadosos, con la verdad, se presentan ocultos- cuando no ocultados- y timoratos.
Hablaba San Juan de la Cruz de la noche luminosa, un oxímoron que requeriría todo un tratado psicológico, tanto como si se hablara del silencio atronador, que tan hábilmente perciben los místicos en la creación. Noche y luz, dos conceptos que, hilvanados con astucia, podrían iluminarnos muchas de las mentiras (oscuridades) que nos acechan. Dios, según el Génesis, crea la luz el primer día de la creación: ‘sea la luz; y fue la luz’. Al parecer una luz distinta del sol, la luna y las estrellas, que se crean en el cuarto día. En cualquier caso, después de la creación de la luz, Dios la separa de las tinieblas simbolizando la victoria del orden sobre el caos.
Aunque los físicos hablen de la oscuridad como ausencia de luz, es un hecho harto comprobable que donde hay luz, de una manera u otra, brota la tiniebla; por supuesto, pavonada de luz. Siempre hay un resquicio por donde se cuela Satán; o quizá va siempre en medio. Como el trigo y la cizaña, que brotan en el mismo campo, crecen juntos y vecinos han de ser hasta la eternidad. La línea divisoria se hace difícil de establecer, como les ocurría a aquellos soldados en lucha contra los cátaros, que habiendo preguntado al gran abad cómo distinguir, durante el ataque, a un hereje de un católico, éste respondió diplomáticamente: ‘Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos’. Por lo que deduzco que la tiniebla anda metida en los dos ejércitos. Lo mismo se viste de error que de fidelidad, lo mismo de ortodoxia que de herejía. Tanto le da, con tal de conseguir la división y el escándalo. No es un tema baladí el que propongo: diferenciar el bien y el mal, discernir sobre el ropaje que uno y otro llevan en esta cultura que nos toca, y, sobre todo, determinar con mucha determinación, que diría la abulense, cuál ha de ser la senda por la que no se han de perder nuestros pasos ¡Qué difícil! ¡Cuántos matices y claroscuros! ¡Cuántas gradaciones de color! ¡Cómo me gustaría entender a Valdés Leal o a Caravaggio! ¡La mística de uno y las contradicciones del otro!
Lo dicho, el diablo sabe latín y teología; por lo que se necesita algo más que buena voluntad para diferenciarlo. Recomendaría el ‘Arte de la Guerra’, un libro sobre tácticas militares, escrito por Sun Tzu, famoso estratega militar chino; o ‘El Príncipe’ de Maquiavelo, que nos abriría los ojos a la pericia, siempre que la administrásemos para bien. Porque Mefistófeles sabe citar la biblia mejor que nadie, y si de justificaciones se trata, es capaz de vestirse la casulla más reluciente y mejor compuesta ¡cuidado! Quiero decir con esto que no se puede menospreciar al Adversario, que hay que tomarlo en serio, porque, cuando menos se piensa, se cuela por los intersticios del alma con su hipocresía. Como le ocurre a la luz falsificada si consigue hacerte hijo de las tinieblas con su quimérica luminosidad nocturna ¡Cuidado con los relumbrones!
Pasa otro tanto con la luz artificial, que sólo alumbra en la oscuridad, o deslumbra, que suele ocurrir. La luz y la oscuridad andan como la verdad y la mentira, con los vestidos cambiados; o mejor, desnuda una y vestida la otra con lo ajeno, y acaso con traje talar o monástico, si fuera preciso. Los malvados se suelen vestir de luz, citan la Escritura como nadie, saben cambiar el sí en no, y viceversa, según les convenga a su moral circunstancial, que todo lo justifica y aminora. Pura estrategia instalada en los fueros de la modernidad fluida, como es el caso. Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz.
El diablo con sólo tres preguntas es capaz de desequilibrar toda la inteligencia de la humanidad reunida. Ya lo dijo Dostoyevski: las tres tentaciones resumen el drama de la humanidad futura. ‘Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno’ (Lc 4,13). Sin duda, éste.
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