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Tribuna cofrade

Francisco Zurita

Hermano Mayor del Desconsuelo

Alma cofrade renovada

El pasado domingo fue uno de esos días en los que mi alma cofrade se recarga de ilusión y de ganas de seguir trabajando por la Iglesia desde una hermandad. Y es que, también impregnado de la fuerza del Espíritu Santo que quince hermanos recibieron por medio de nuestro obispo durante su confirmación, me sentí renovado y fortalecido por esa misma fuerza que hace muchos años, siendo aún muy joven, recibí de manos de D. Rafael.

En este mundo nuestro en el que prima la desacralización y las banalidades mundanas, me llena de orgullo que en el seno de mi hermandad haya personas que quieran vivir su fe en Cristo y trabajar por su Iglesia. Me llena de profunda satisfacción y entusiasmo que, más allá de la Cuaresma, de la salida del Martes Santo, de esa belleza exterior que tiene nuestro mundo cofrade, encuentren en la palabra de Dios un camino de servicio al prójimo y un modelo de vida que mostrar a los demás. Me llena de motivos y de ganas de seguir trabajando que, de esta tierra, muchas veces incomprendida, menospreciada y criticada por tantos, haya espigas que germinen y den mucho fruto.

Y así, disfrutando de ese momento sublime en el que esos hermanos recibían con gozo la fuerza del Espíritu, contemplaba con pasión inusitada el fruto del amor de Dios. Un amor transmitido a sus preparadores, que cada viernes no han faltado a la cita. Un amor transmitido a nuestro obispo D. José, a nuestro párroco D. Carlos y a los sacerdotes y diáconos que concelebraron el acto. Un amor transmitido a los confirmandos cuyos rostros reflejaban la alegría del regalo recibido tras dos años de preparación. Un amor repartido a manos llenas a cuantos participaron en ese momento mágico que evocaba a aquel primer Pentecostés.

Fue un verdadero regalo ver a un padre y a un hijo confirmarse juntos. Fue una verdadera delicia ver un joven, confirmado el pasado año, ser el padrino de su madre. Fue una inigualable dádiva ver a dos costaleros portando sus molías de plata en la solapa confirmando con alegría su fe en Dios.

Apagados ya los ecos de cornetas y tambores, de las crónicas pasajeras y vanaglorias mundanas de la pasada Semana Santa, junto a mi alma cofrade renovada, fueron muchos los miembros de la Junta de Gobierno y hermanos en general que sintieron como propios los soplos del Espíritu Santo que nos recordaban para qué trabajamos, para qué somos miembros de una hermandad, para qué nos quiere Dios en el seno de las cofradías.

La Virgen del Desconsuelo, como aquel día del Pentecostés, nos miraba y nos guiaba desde arriba. Y yo la miré a Ella y a esos quince…. Y sonreí pensando en el hermoso futuro que aún le espera a este mundo.

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