Tribuna libre

Manuel Guerrero Pemán

Amigo entreñable, jerezano universal

 Muchos escribirán y hablarán hoy de la trayectoria profesional de Luis Caballero que ha sido un líder indiscutible de nuestra tierra para varios sectores, con ideas claras y visionario de futuros cercanos que casi siempre han acontecido. Experto en sinergias e innovación con una cabeza “bien amueblada” que definía siempre con claridad los caminos a seguir. Sus relaciones internacionales siempre fueron su escuela de aprendizaje que le hacía siempre ir un poco por delante de lo que habría que hacer en cada momento.

Pero no soy yo el más autorizado para hablar de mi querido Luis en este terreno. Mis palabras aquí, son para hablar, de LUIS  como amigo entrañable y querido.

Nuestra relación ha sido muy intensa a lo largo de toda mi vida. Veraneamos nueve años seguidos en CONIL. Él tenía una casita dando al mar, aislada. Era un pequeño cuento de hadas donde con los vientos fuertes se llenaba de sal. Allí iban a pasar los días más entrañables, porque la historia de aquel terreno comenzaba como él decía cuando se estaba enamorando de Elma hace más de cuarenta años, quizás cincuenta. Allí se iba a emborracharse de atardeceres y de puestas de sol. Allí pensaba y diseñaba sus planes.

Recuerdo tantas tardes en que nos íbamos a pescar, sin pescar nada, en una pequeña barquita llena de una serie de artilugios originales que decía que eran el secreto de la pesca. Nuestras ilusiones siempre se desvanecían al caer la tarde que al final terminaban con un termo helado lleno de fino Pavón. Atracábamos al atardecer en la lonja del pescado y teníamos tiempo para comprarle a algún pescador un par de urtas, que nos hacían mantener nuestras “cabezas altas” como pescadores de élite y hombres de la mar.

El día terminaba arrastrando la barca a la orilla, buscando a nuestros hijos en la playa entre los últimos rayos de sol y yéndonos a  alguna de nuestras casas a preparar una magnífica barbacoa donde todos disfrutábamos con aire de ciencia ficción inventándonos como habíamos conseguido pescar las urtas tan grandes en aquel barco tan chico y a tan pocos metros de la orilla. El “Pavón” hacia que todas esas historias tan ordenadas fueran creíbles.

En aquella barca fue donde pude aprender más de “tío Luis” como yo le llamaba. Luis en la mar hablaba sin ningún tipo de trabas, al pan lo llamaba pan y al vino lo llamaba vino.

Allí pude yo sentir de una manera formidable la grandeza de LUIS, de ese Luis Padre de familia, entrañable, comprensivo. Al mar se caían sus prejuicios para hablar con una serenidad y una paz entrañable llena de filosofía, de fé y de vida. Era el Luis generoso y sabio que tenia definida perfectamente su trayectoria, venciendo problemas y dificultades.

Recuerdo con luz y claridad aquella playa donde jugaban Luis, Fernando y Elma, siempre vigiladas de cerca por su madre que se asomaba al jardín y tocaba el toque de queda para que todos volviéramos a casa.

Buena cuenta podrán dar de todo esto la media docena de jerezanos que pasábamos el mes de agosto en Conil, Cristóbal Cantos, Jesús Mateos y otros muchos que disfrutábamos de aquellos maravillosos días.

No quiero terminar si señalar la importancia que tuvo su mujer Elma en su vida. Elma era el contrapeso y la sensatez de ese terremoto viviente que era LUIS. Elma ponía la paz, era la mediadora de lujo entre padre e hijos.

Mi querido Luis, descansa en paz. Siempre tuviste la visión clara del bien y siempre que pudiste, con esa sabiduría grande que Dios te dio, la empleaste para ayudar a los demás.

Hoy, las arenas de la playita de Conil que tenias debajo de tu casa, han dejado marcadas unas huellas que nunca se borrarán y que dejan el camino señalado hacia la eternidad.

¡Hombres del mundo,

hombres de la mar!

por encima de todo en la vida

está el más allá.

Y vivamos con toda seguridad

que al caer la tarde y hacerse noche,

al día siguiente

en la fé y en el derroche

el sol saldrá.

¡Gracias Luis!

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