Es muy probable que la mayoría recordemos con más detalle lo que pasó aquel 11 de septiembre de 2001 que lo que hicimos ayer, veinte años después. En mi caso, y por no aburrir con historietas, lo resumiré: veinte minutos sosteniendo la bandeja del almuerzo, de pie, mientras veía las imágenes en la televisión de una -entonces- 'avioneta' que se había estrellado contra uno de los edificios más emblemáticos de Nueva York. Veinte minutos con un pollo frío entre las manos. Veinte años preguntándome cómo fue posible aquel atentado.

Y aunque no tenemos todavía todas las respuestas que nos habría gustado recibir, aquello nos cambió las vidas como lo hizo hace un año y medio la odiosa pandemia en la que todavía continuamos.

Desde aquel 11-S cambió la forma de vivir, plácida y feliz, que teníamos en Occidente. El miedo a cualquier atentado se apoderó de nosotros de tal forma -y eso que en España lo habíamos sufrido con ETA- que ya era casi imposible desplazarse sin unas mínimas cautelas. Viajar en avión se convirtió en un suplicio, con revisiones por todas partes, controles y sospechas por color de piel o apellidos. Se acabó lo de llevar líquidos en una bolsa de mano. Que se lo pregunten a miles de turistas que vinieron a Jerez por su vino y tuvieron que dejar su botella de palo cortado para siempre en el aeropuerto por no facturarla... Fue lo de menos, por supuesto. El miedo a volar no tiene precio y también deja su huella en las divisas de los países.

Entonces, como ahora, nuestra sociedad pagó un precio muy alto, el de saberse superior, tener todo controlado, una sensación de seguridad que era irreal. La suficiencia de entonces la seguimos pagando ahora, no sólo por la pandemia que nos ha hecho sentir frágiles, sino por la cuestión de Afganistán, que dos décadas después nos ha demostrado que hay enemigos frente a los que resulta muy difícil luchar. ¿Qué hacías el 11-S? ¿Qué hacías el 13-M? Son preguntas bien distintas pero que nos deberían hacer reflexionar por igual y eso que el Covid se ha cobrado ya más víctimas que esa barbarie islamista radical.

En cualquiera de los dos casos, ha quedado demostrada esa fragilidad de nuestra civilización en tan sólo en veinte años. No sé cuál de los dos enemigos es más duro. Uno a través de las extremas ideas políticas y religiosas y otro a través de la naturaleza o de la ciencia. La cuestión es que seguimos viviendo tiempos convulsos que nos ponen a prueba cada día. No es extraño, por tanto, que cada vez más personas traten de disfrutar cada día como si fuese el último, una vez olvidada esa antigua sensación de seguridad. Eso se ha trasladado en los últimos meses en una cifra récord de turistas (aunque domine todavía el factor interno) que valoran cada vez más lo cercano y tratan de disfrutar de lo que hasta ahora era lo más básico como si fuese algo exclusivo. Porque, en la mente de todos, ¿quién es capaz de asegurarnos a la vista de nuestra historia reciente que lo último que recordaremos es un día como el 11-S o como un 13-M? Así funciona nuestra mente.

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