Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Bollo suizo

25 de enero 2013 - 01:00

LO más indignante de estos tramposos que ocultan sus fortunas para llevarse el dinero a los bancos suizos es que este país, Suiza, oasis de la Europa de entreguerras, fue el símbolo de la recuperación de la España que había sido sacudida por una guerra civil y una incivil posguerra. Todos tenemos un tío que se marchó con la maleta de cartón de emigrante a Suiza. En mi caso, era mi tío Blas, el hermano pequeño de mi abuela Carmen, al que la necesidad convirtió en un posmoderno del proletariado, un cosmopolita por narices. Esa historia autobiográfica que contó Carlos Iglesias en su película Un franco, 14 pesetas.

De esa memoria se burlan Bárcenas, los vástagos de Pujol y todos esos políticos corruptos que se enriquecen a costa del erario público, con chanchullos que camuflan con regates al lenguaje y a la vergüenza torera. Vienen de diferentes partidos, reverso paródico del contubernio de Múnich, los tramposos de Lausana y de Ginebra que canonizan por ingenuos a Toni Leblanc y Antonio Ozores. Crecieron en siglas distintas y forman una nueva Platajunta, conspirando con arietes de seis o siete cifras en busca de paraísos fiscales. Para las próximas elecciones, además del voto por correo para los emigrantes, se debería instituir una urna helvética para chorizos y trileros, un colegio electoral de los que rinden pleitesía a esa patria de los denarios.

Esta semana se celebra un nuevo foro económico en Davos, en el sosiego de los Alpes suizos. Ese país que acogió el último suspiro de tres de mis escritores favoritos, Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov y James Joyce. Un argentino, un ruso y un irlandés. Tres genios sin Nobel. Junto al lago Leman el poeta Shelley, su mujer y el doctor Polidori jugaron a un concurso de cuentos de terror del que salió el mito de Frankenstein, un osito de peluche comparado con estos émulos de Epulón que hacen alpinismo de finanzas.

El año que España ganó el Mundial empezó perdiendo con Suiza. Un país que trajo a la Expo 92 un pabellón con muchos periódicos, el mayor porcentaje de rotativas por habitante, y unos cuernos como olifantes para comunicarse entre montañas. La Suiza apacible que sólo inventó el reloj de cuco en el discurso de Orson Welles en El tercer hombre se convirtió en patria prestada de unos patriotas que para humillar el sacrificio de aquellos emigrantes dejan que sólo emigre su dinero.

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