Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Alto y claro
Mucho antes de que Pedro Sánchez decidiera privarse del sueño durante toda una legislatura mediante el procedimiento de incluir ministros de Podemos en su Gobierno -y así estrenar la cultura de la coalición en la democracia española-, en la autonomía andaluza ya sabíamos lo que era gobernar con otros, sus escasas ventajas y sus muchos inconvenientes. Durante el larguísimo mandato socialista en Andalucía, que ahora el oficialismo reinante intenta fijar en la historia como una larga noche en la que nada bueno nos ocurrió, tuvimos en diversas ocasiones a andalucistas y comunistas compartiendo los consejos de Gobierno con los socialistas. Presidentes como Manuel Chaves, José Antonio Griñán y Susana Díaz tuvieron sus más y sus menos con los forzados huéspedes de otros partidos y mantuvieron los equilibrios con más de una bronca, pero como buenamente pudieron. El principio de funcionamiento era que el coaligado tenía margen de maniobra pero dentro de unos límites que estaban claros para todos.
También cuando se produjo el cambio, éste llegó cabalgando sobre una coalición. El PP, que no ganó, sí pudo sumar a Ciudadanos para formar una mayoría que desplazara, por fin, al PSOE. Lo hicieron con la colaboración necesaria de Vox, que dio la campanada en las elecciones de diciembre de 2018, pero que prefirió quedarse fuera a ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que esa coalición funcionó como la seda o incluso mejor.
Si algún día los politólogos hacen una escala del 0 al 10 para medir el grado de cohesión interna de una coalición, en la mejor nota habría que colocar sin duda a la que formaron Juanma Moreno y Juan Marín para darle la patada a Susana Díaz. En ese equipo era imposible distinguir a los consejeros del PP y a los de Ciudadanos, gracias en buena medida a los esfuerzos de mimetización que hizo Marín, que tras el estrepitoso hundimiento de su partido ha encontrado, o le han encontrado, un glorioso retiro en el Consejo Económico y Social a la espera de tiempos mejores, que, sin duda, le llegarán.
En el extremo opuesto de esa misma escala estarían Pedro Sánchez y sus aliados de Podemos. Es una coalición en la que lo único que les falta, por ahora, es llegar a las manos. No son capaces de ponerse de acuerdo en nada y las meteduras de pata dan lugar a peleas más sonoras que las que mantienen Gobierno y oposición. Cómo se ha llegado a esta situación sin que todo haya saltado por los aires deberá ser objeto de estudio en las facultades de Ciencias Políticas. Sánchez, Irene Montero y Pablo Iglesias deberían haber hecho un cursillo de cómo llevarse bien con Juan Marín en el cuadro de profesores.
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