Descanso dominical

Javier Benítez

Cosano

21 de enero 2024 - 00:45

Me he servido tres dedos de amontillado en un catavino alto, de los nuevos. A los de antes los tengo arrinconados en la retaguardia de una estantería, hieráticos, soportando estoicamente la suplencia a la que han sido condenados por el calendario y el new way of life. Casi siempre les dedico una mirada fugaz, y, aunque he de confesar que ahora los veo más bajitos y rechonchos, me siguen inspirando el respeto que imponen el acervo y los servicios prestados. Faltaría más.

Andaba dándole vueltas al artículo de hoy -lo más complicado, la idea, ya la tenía- y en el tiempo que tarda el vino en caer de la canilla a la copa he entendido que para concentrar todas las vidas de Juan Pedro en un solo título tenía que acudir a su nombre. A su linaje, que diría Pedro de Alemán. Será deformación profesional pero siempre me empeño en buscar un buen titular antes de empezar a escribir. Así que, fiel a mis principios, he empezado la casa por el tejado y he tecleado “Cosano” como queriendo encerrar entre las paredes de su apellido el eco de aquel imberbe pregonero que con 23 añitos asaltó un atril para declararle amor eterno a la Amargura, quien fuera líder plenipotenciario de un partido de los grandes y candidato a la alcaldía sin haber pisado la treintena, el novato abogado de oficio del Cojo Manteca, cráneo privilegiado (cono gusta bautizar mi primo Rafa Benítez Toledano a los que somos anchos de mollera), padre de familia, hermano para siempre, amigo… Todos esos papeles que ha desempeñado en el escenario poliédrico de una vida que parecen mil; todos esos Cosanos sin los que no puedo leer al escritor ni quiero juzgar al abogado.

Con un poder de convocatoria similar al de los Rolling Stones en el estadio de Wembley, el jueves pasado presentaba su última novela, ‘El abogado de rojos’, en la sede de la abogacía jerezana. Jugaba en casa y la afición se conjuró para contener al mes de enero y, literalmente, darle todo su calor a un atestado salón de actos. Y allí, bien escoltado, nos habló del perdón, del destierro de todos los sectarismos, del oficio, de una misión, de Eduardo Peña, del Madrid de la posguerra, del siglo XVIII, de las miserias humanas -los muertos son los únicos que ven el final de una guerra- y de Lele Gavilán. Allí nos puso en bandeja, sus lectores lo sabemos, el que será un nuevo y rompedor éxito editorial.

Abrir cualquiera de sus libros es contratar una defensa certera contra el hastío, la mediocridad y la monotonía. Es lo que tiene subir a la cima con un tipo con más fondo que la Fosa de las Marianas. Misión cumplida, abogado; brindo por ti, Juan Pedro.

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