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Francisco Bejarano /

Desagradecidos

06 de marzo 2012 - 01:00

EL recurso de la progresía desmemoriada y desagradecida de atacar a la Iglesia es pobre, superficial y esquizofrénico. Es el recurso político cuando se empiezan a acabar los recursos. Cervantes dijo, aunque de modo algo servil y alimenticio que no le quita grandeza al escritor, que entre los mayores pecados estaba el desagradecimiento. También se dice que las deudas de agradecimiento comportan un cierto grado de humillación, pero esto lo diría algún soberbio, que no orgulloso, necesitado. Lo que nos vale es el dicho popular: "Ser agradecido es de bien nacido." Los dichos populares y las frases hechas suelen ser tópicos y debemos usarlos muy poco, salvo que se pongan en boca ajena o se les añada un toque de ironía. Los tópicos encierran buenos grados de verdades observadas, de ahí que se hayan convertido en populares y se repitan. Pues sí, ser agradecido implica la nobleza de reconocer la gracia recibida, sin servilismo ni adulación, sin abajamiento de la dignidad ni menoscabo de la persona agradecida, sino con la dignidad de la naturalidad.

La naturalidad es virtud rara porque sólo es propia de personas seguras de sí, hasta donde es posible, de buena educación y altos valores humanos. A veces se confunde con la espontaneidad a destiempo, con el exabrupto grosero, pero todos sabemos la autoridad que emana de alguien que se comporta de manera natural sin afectación. Lo que el progresismo político, por ateo y revolucionario que finja ser, le debe a la Iglesia no es para contar. Le debe sus propias ideas políticas, condenadas por la Iglesia como hijas desnaturalizadas del cristianismo y, en lenguaje de encíclica, como fruto de los delirios de la razón humana en estos infelicísimos tiempos. Pero no es sólo que las ideas políticas se lo deban todo al cristianismo, sino que la deuda personal que cualquier heredero de la cultura europea, allá en la parte del mundo donde esté, tiene con el cristianismo, es tan evidente en su vida particular que sólo puede disimularla con desagradecimiento.

Las negaciones, aberraciones y desnaturalizaciones del cristianismo son todas imposibles de explicar sin el cristianismo. Un buen ejemplo es la teología de la Liberación. La libertad de conciencia de ser anticristiano sólo es del cristianismo, en particular de la Iglesia Católica, combatiente desde hace dos milenios largos contra la crueldad y la maldad a las que nos puede conducir la concesión divina de la libertad. No es cuestión de fe, sino de identidad y orden mental. Las ideas políticas enemigas de las libertades, aunque esgriman la Libertad metafísica, tienen celos del cristianismo. Sus fundadores de antaño lo sabían y sus dirigentes de hoy lo saben. Insisten en el error, a pesar de sus fracasos pasados y futuros, porque las almas sencillas siguen ilusionándose con las fantasías políticas.

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