Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
UNA educación inteligente para contrarrestar el estúpido hedonismo, que poco tiene en común con el de los griegos, sería hacerles notar a los muy jóvenes que no todas las inclinaciones naturales son convenientes en cualquier momento. Desde que tenemos noticias escritas hemos visto cómo los educadores enseñaban a controlar las pasiones y los deseos para hacer fuertes a los niños y jóvenes que tenían a su cargo. Cuando las sociedades se volvieron demasiado complejas, una forma de debilitarlas fue satisfacer todos sus instintos y caprichos para que se deshicieran en su propia debilidad y dominarlas. Creo que eran los jesuitas quienes tenían tácticas acertadas para conocer a sus alumnos. Ofrecían caramelos en clase: los que quisieran obtenerlo enseguida, recibirían uno; los que esperaran una hora, dos; y quienes esperaran al recreo, tres. La atención que prestaban a estos últimos no era la misma que a los otros. No es un método infalible, pero sí una buena guía.
Los alumnos que esperaban al recreo para recibir tres caramelos estaban llamados a mandar y los impacientes por conseguir su golosina a obedecer. Todos los sistemas educativos de la historia tuvieron como fin formar élites preparadas para mandar y para servir de referencia moral (guerreras, filosóficas, artísticas, políticas y las que necesitara cada cultura) potenciando la belleza del cuerpo y del espíritu. Un ejemplo exagerado lo da Esparta: los espartanos de ambos sexos, separados, hacían ejercicios gimnásticos y aprendían a leer, escribir, cantar y danzar, comían poco y mal y, en invierno y en verano, usaban poca ropa y se bañaban a diario en el río Eurotas. Los que sobrevivían y llegaban a la edad adulta eran madres fuertes y guerreros temibles. Si al final triunfó Atenas fue por ser más civilizada. Las exageraciones de las virtudes tampoco son aconsejables porque la neurosis acecha.
Enseñar a los muchachos a controlar sus impulsos naturales, visto que no es posible erradicarlos, es cuestión de proponérselo. Ya sólo nos queda la educación de la familia en la casa. El ambiente social y de las escuelas públicas es nefasto, no así los colegios de las altezas. La familia, los padres bien educados sobre todo, son la referencia principal de los hijos y tienen, por ello, poder de persuasión para convencer de los beneficios de sobresalir del común. La masa irredenta seguirá creyendo que los taumaturgos políticos le solucionarán la vida sin hacer esfuerzo alguno y, cuando vengan a darse cuenta de que la vida no tiene solución, estarán a las órdenes de quienes hayan recibido la educación adecuada. En muchos países los muchachos antes de entrar en la adolescencia se han muerto de hambre o los hacen soldados; aquí, si queremos, podemos empezar a advertirles de que la vida no es una fiesta.
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