Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
NO sé por qué -bueno, sí lo sé, como lo sabíamos muchos de los que allí estábamos- que casi nadie pensaba que el partido del domingo se iba a sacar a delante. Mi pregunta es si los jugadores también lo creían; el entusiasmo que demostraron era para pensar que los de corto vestidos de azul tenían muy cortita moral y en la misma escasa dimensión el interés y el saber. También creo que el señor del banquillo, don Esteban, tampoco tenía demasiada confianza en lo que tenía en la caseta y tiró de la novedad poniendo en punta al recién llegado Ogbeche, que dejó escasas sensaciones para confiar en que sea el jugador que falta para marcar las diferencias. Habrá que esperarlo en ocasiones más dignas y esperanzadoras.
Para colmo, Álvaro Rey, de los más lúcidos de la pandilla, se quebró pronto y todo fue de mal en peor. El Almería, muy bien vestido, dio muchísima, pero que muchísima más sensación de equipo, con gente veterana, conocedora de los registros del fútbol y sabiendo jugar a un Xerez que nunca fue nada, Los de rojo y blanco se anticipaban, trenzaban jugadas, volvieron locos a los laterales, corrían con sentido, iban al hombre con empuje y atenazó, muy pronto, a un Xerez, siempre a merced de los de la tierra del Indalo, que se adueñaron con poder y decisión de un partido que, conforme avanzaba, iba creando desazón en una grada que comenzó a meterse con el equipo con fuerza y bastante enfado.
Los goles del Almería se esperaban y temían. Llegaron por despistes defensivos, fallos de colocación e ingenuidad de los que estaban totalmente perdidos. El descanso no sirvió para nada. La cosa empezó, más o menos, igual hasta que don Esteban sacó a José Mari, el deseado. La calidad del sevillano era infinitamente más grande que la del resto; pero ni su condición física da para mucho -aunque el tiempo que estuvo en el campo jugó con ganas pero sin recibir balones de nadie- ni sus ilustres compañeros sabían buscarlo -mejor dicho, no sabían nada- ni jugar a favor de su poder. Un aficionado, con toda la razón del mundo, gritaba hasta desgañitarse: "…Echarle balones al 23, que es el único que de esto sabe, mancha de…".
Diez minutos antes del final, la gente comenzó a desfilar indignada, consciente de la escasez reinante, sabiendo dónde se ha caído y sabedora de que hay que ir a Miranda de Ebro y recibir a los que el entrena el amigo de Mourinho. Los de Burgos están casi como los del Xerez; pero no olvidemos que aquí nos sacaron los colores. Antes de que el público se fuere, los del Kolectivo, aburridos, empezaron a gritar aquello de: ¡Mercenarios…! Bronca merecida al equipo. Nadie se acordó, como es habitual, de don Esteban. El crédito parece seguir intacto o se sabe que, tal como están las cosas, con la entidad a la deriva, el de Dos Hermanas, desaparecido y los que se sientan en la primera fila del palco, más perdidos todavía, el de Vélez-Málaga puede estar en la banda lo que quiera, como quiera y para lo que quiera. Mientras tanto, la afición con cara de tonto.
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