Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
HASTA hace relativamente poco, la Bolsa era una de las principales fuentes de financiación de las grandes empresas y un termómetro de la salud de las mismas. El crac del 29 se debió a una crisis de la economía real. Las crisis de la segunda mitad del siglo XX, también.
Los países y sus asociaciones económicas transnacionales son muy proteccionistas con los intereses de sus grandes empresas, incluso en el caso de los Estados Unidos, considerado el abanderado del liberalismo mundial. Los acuerdos del GATT, evolucionado a OMC (Organización Mundial del Comercio), favorecieron a las grandes potencias occidentales, protegiendo sus materias primas, especialmente agrícolas, de la competencia de los países menos desarrollados, algunos de los cuales hoy forman parte del club de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). En cualquier caso, la OMC gestionaba economía real a través de la regulación del comercio mundial. Los intentos de mejorar la posición de los países en vías de desarrollo, tanto en la Ronda de Uruguay, como posteriormente en la de Doha, quedaron frustrados a partir de 2008 por la situación económica en los países desarrollados.
La crisis financiera comenzó a finales del siglo pasado con la apertura del casino de las puntocom. La ambición desaforada del capital provocó que las más importantes de ellas alcanzaran valores de mercado similares a los de algunas de las grandes empresas de servicios reales tales como las aerolíneas, y que el Nasdaq pasara de 1.000 en 1994, a 5.000 en 2000, para caer en picado en 2002 hasta los 1.000 puntos. Una burbuja que pinchó el entonces responsable de la Reserva Federal, Alan Greenspan, insuflando grandes cantidades de dinero, lo que provocó el final de la especulación de un mercado más virtual que el propio segmento de actividad al que pertenecían estas empresas, la red de internet.
También en España se adoptó una decisión similar, de manera que la banca ofreció dinero a espuertas, valorando los activos hipotecarios a precios muy superiores a los que habrían alcanzado en un mercado libre inmobiliario. El casino continuaba abierto y la casa nunca podía perder. Se trataba de atraer más y más jugadores que compraran las fichas de las hipotecas.
La actual crisis económica, la primera del siglo XXI, se diferencia netamente de las del pasado siglo en que su origen está más entroncado en el mundo financiero que en la economía real. Tiene sus raíces en un nuevo modelo de economía financiera basado en la especulación, tolerada por la desregulación pública de los mercados, en los que se permite apostar a corto plazo por la pérdida de valor bursátil de los activos de la economía real, esto es, a la baja, ante el anuncio de problemas de una empresa, reales o no.
España depende de las decisiones de Bruselas y del BCE, Banco Central Europeo, en materia de política monetaria desde su imcoporación al euro en enero de 2002. Mientras que la inyección de dinero ha vuelto a ser la alternativa de los Estados Unidos, para fomentar el crecimiento, la UE decidió optar por una política monetaria restrictiva y la austeridad pura y dura.
No obstante, en la última década los bancos españoles se han venido beneficiado de la manga ancha del Banco de España, que les ha permitido, y les sigue tolerando, hacer todo tipo de tropelías sin responder por ellas ante la ley. La burbuja inmobiliaria que al final ha perjudicado también a promotoras y constructoras y a multitud de empresas de servicios fue propiciada y alentada por la banca. La economía real está a punto de perder la batalla emprendida por la economía financiera y las facturas las seguirán pagando los de siempre, sufriendo grandes pérdidas en sus posiciones sociales y económicas alcanzadas gracias a sus esfuerzos en tareas profesionales y empresariales.
Con las actuales decisiones de los gestores públicos en la UE y en España, el futuro no es muy esperanzador. Afrontar el déficit básicamente por la parte de los gastos, fundamentalmente los que venían apalancando el estado de bienestar social y favorenciendo la creación de una nueva clase media, y no de los ingresos, está provocando situaciones insostenibles a medio plazo. Mientras tanto, es difícil comprender que la fiscalidad directa a los grandes capitales se mantenga intacta y comparativamente injusta.
Un totum revolutum interesado sobre economía real y economía financiera por parte de los gestores públicos dificulta la identificación de causas y efectos de la crisis, y permite que no sólo no se responsabilice a la economía financiera en la medida de su verdadera culpabilidad, sino que incluso se sacrifique a la economía real, con más paro y menos crecimiento y la trasferencia de recursos hacia las manos de la especulación financiera.
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