Escrache

Cada día aparecen más fanáticos que quieren prohibir las ideas de otros por que les parecen abominables

He pasado diez días caminando por el norte de Portugal, de modo que he estado muy alejado de ese espectro que llamamos "actualidad". Pero nada más volver, me he encontrado con dos noticias muy desagradables. La primera, la muerte de Javier Marías, de la que me enteré en un BnB de Oporto mientras caía la lluvia. Y la segunda, el escrache contra Macarena Olona -la expolítica de Vox- en la Universidad de Granada. No me gusta Macarena Olona ni la he votado jamás, pero no entiendo la rabia y la furia ideológica con la que fue recibida. Se supone que la discusión pública -y más en una Universidad- debe estar abierta a todas las ideas, incluso a aquellas que nos incomoden y nos desagraden. En una Universidad debe poder hablar todo el mundo, siempre que su discurso se atenga a unos mínimos requisitos de respeto mutuo. Si alguien hace apología de la violencia y el crimen, no puede hablar en una universidad, eso es evidente. Pero alguien que exponga unas ideas, por ajenas que sean a las nuestras y por fastidiosas que nos resulten, debe poder hacerlo sin ningún problema. Y lo mismo da que sea de extrema derecha o de extrema izquierda, independentista catalán o vasco, anticapitalista o antisistema, neoliberal o estalinista o partidario de los infaustos Jemeres Rojos. Y lo mismo da que el conferenciante defienda el islamismo o el budismo o el animismo o las ideas delirantes de una secta evangélica. Siempre -repito- que el discurso no contenga ideas contrarias a los derechos humanos más elementales, ese discurso debe ser permitido. Y la única condición que se me ocurre para impedir que alguien hable en una Universidad -o en cualquier otro lugar de debate públic- es la apología de la violencia o la defensa del terrorismo como vehículo normal del debate político. Si alguien pide en la Universidad que le corten la cabeza a Salman Rushdie por apóstata y por blasfemo, por ejemplo, esas propuestas son, como es natural, inadmisibles. Pero todo lo demás, por irritante que sea para nosotros, debe ser permitido.

En estos tiempos de regresión democrática cada día aparecen más y más fanáticos que quieren prohibir las ideas de otros por la sencilla razón de que esas ideas les parecen abominables. Todo esto debería ser evidente para cualquier persona con dos dedos de frente, pero en estos tiempos ni lo más evidente resulta ya admisible.

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