Parece que muchos no se quieren enterar que hay una parte importante del país que se ha cansado. Tras el segundo golpe a la democracia de hace un año- cuando el Rey tuvo que salir a levantar la moral de un país atónito ante la inacción del Gobierno-, esa España currante salió a la calle y colgó la bandera del balcón. Muchos la despreciaron, a izquierda y derecha. La España de los balcones no es facha ni toda es de derechas. Se ha cansado de esconder la bandera o sacarla sólo los días de gloria futbolera. Está harta de la superioridad moral de los que llaman a la alerta antifascista, niñatos que entran en éxtasis pensando que Franco está vivo, y abuelos que sueñan que una vez corrieron delante de los grises. Se han revelado contra los numeritos de Rufián en la sede de la soberanía nacional o que se aclame al Carnicero de Mondragón mientras mandan a Ortega Lara de vuelta al zulo; perplejos porque Otegui sea un hombre de paz y Abascal- que creció con escolta- un peligro para la democracia. Aburridos de la imbecilidad de la corrección política, de la filosofía "progrefascistoide" que ha dogmatizado sobre el feminismo irracional, indignados con un presidente inane que moviliza la sexta flota para ir de la Moncloa al Palacio Real, donde sueña vivir. Asqueados de que una pija indocumentada- subproducto de este pensamiento débil-, quiera cambiar las letras de Mecano, con el aplauso de la tv pública. Esa España sale pocas veces, pero cuando aparece se lía el dos de mayo. Por lo pronto, Iglesias abjura del Chavismo-aunque sea solo por estrategia-, y pide perdón por sus tuits machistas, Errejón se envuelve en la rojigualda y García Page pide ilegalizar a los socios de su jefe. Y es que 2019 puede ser un tsunami electoral que devuelva a España lo que nunca debió dejar de ser: un país de ciudadanos libres e iguales.

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