'El mundo es un redondel que te aplaude entre clamores y pa que eso se dé hay que nacer en Jerez y llamarse Flora Loles...'
Antonia Ruiz Flores nació en Jerez el 21 de enero de 1943 en el número 46 de la calle del Sol. Justo allí estaba el tabanco del Gallo Real, regentado por el padre de la criatura, don Pedro Ruiz. La infancia de Antoñita estuvo marcada por dos cosas: la peste a pis del tabanco y la figura de Lola Flores, de la que todo el mundo hablaba en el barrio en que nació, pues ya por aquellas fechas era una artista de mucho renombre que llenaba teatros por toda España junto a Manolo Caracol. Desde que tuvo uso de razón, la pequeña quiso perder de vista a los borrachos del establecimiento de papá y se convenció de que la única manera de hacerlo era dedicarse al mundo del espectáculo. Lola lo había conseguido. ¿Por qué no iba a hacerlo ella?
'Niña, tú eres muy lacia y además, todas las folclóricas son putas'.
Esas fueron las palabras de ánimo que pronunció su padre cuando supo de la vocación de Antonia. Sin embargo, su madre confió en ella y la llevó a la academia de Lorenzo El Jerezano para que aprendiese el baile flamenco. Acabó sabiendo los pasos de las bulerías, las alegrías y los fandangos, pero su padre tenía razón: la niña era tan lacia que El Jerezano a los 15 años le recomendó dejar la danza y dedicarse al dibujo artístico.
Aún no se le habían secado las lágrimas cuando tuvo noticia de un casting en Sevilla como figurante en 'Venta de Vargas', una película de Lola Flores. A partir de aquí los datos de la vida de Antonia son un tanto imprecisos. Desde luego en 'Venta de Vargas' no aparece, aunque tampoco apareció por la calle del Sol hasta 4 años después. El 4 de mayo de 1963 salió de su casa ataviada con un abrigo de zorro que dejó boquiabiertas a las vecinas y a ella chorreando de sudor, pues era uno de esos días de mayo que parece verano.
Los chismes no tardaron en aparecer y, aunque ella dijo que venía de una gira por América, pronto corrió el rumor de que además de formar parte de una compañía de revista de lo más chabacano estaba liada con el empresario. Fue Paquito, el niño del zapatero, el que le puso Flora Loles y con Flora Loles se quedó. Porque la señora no se conformó con su misteriosa vida artística, sino que afirmaba que era gran amiga de la auténtica Lola Flores.
A sus largas ausencias se sucedían regresos triunfales aliñados con historias increíbles de películas y discos que nadie había visto ni oído. Los espectáculos de Flora Loles se hicieron famosos en todo el barrio de San Miguel y pronto empezaron a ser sinónimo de fantasía desmedida.
'¿Que tú quieres ser ingeniera, Catalina?' (decía la madre a la niña) 'No te montes espectáculos de Flora Loles'.
Aunque en realidad esos espectáculos existían. Pepe el del tupé (vecino de la calle Campana) acabó de soldado en El Aaiún. Allí pudo asistir a uno de los que se organizaban para levantar la moral de la tropa. Un mago, luego un tío sin gracia contando chistes verdes, después tres vicetiples cebollonas y como colofón la sensación de la compañía: la famosa tonadillera Rosario de Castro. Cuando Pepe vio aparecer a Flora no se lo podía creer. Llevaba un vestido que dejaba ver más carne de la cuenta y arrancó a cantar copla. Tras 'Pena, penita, pena' y 'Tengo miedo, torero', la tropa empezó a abuchearla. Así que la estrella decidió cambiar de tercio e interpretó el cuplé de 'La pulga', seguido de otras canciones picantes. A los lectores más jóvenes les diré que el citado cuplé se cantaba a oscuras y la intérprete (provista de una vela) buscaba en su cuerpo una pulga que, como pueden figurarse, se escondía donde toda pulga querría estar. Esta segunda parte del espectáculo encendió al público y ahí es donde estaba el verdadero triunfo de la Loles: alquilaba por breves temporadas su pulgoso conejo. El de la calle Campana contó a su vuelta que 50 compañeros afirmaron haber estado esa noche con ella, aunque él en realidad pensaba que habían sido solo 10.
Esta historia revolucionó el barrio y de Flora pasó a Puta Loles. Además, el cachondeo con la cantante era generalizado. No había visita en la que las vecinas no le preguntaran (con mucha retranca) por qué no la veían nunca en las fotos que cada semana aparecían de Lola Flores en la prensa, ni la acompañaba nunca a Jerez, ni se la vio por el bautizo de sus churumbeles.
Flora seguía en su sórdida carrera (pensando que todos creían su vida inventada), si bien tenía clavada una espina en lo más profundo de su corazón. Nunca había conocido a Lola Flores, ni mucho menos se había fotografiado con ella, así que trató de quitarse esa pena.
En una de sus estancias en Jerez anunció que, como gran amiga de La Faraona, había sido invitada a la boda de Lolita. Nadie la creyó, pese a que enseñó un vestido de fiesta con pedrería y unas joyas carísimas.
Eran las 4 de la tarde del 25 de agosto de 1983 cuando Flora llegó a las puertas de la iglesia de la Encarnación de Marbella ataviada como una reina. Ya había gente esperando, así que no fue la primera cuando abrieron las puertas. Con todo, se colocó cerca del altar mayor. Una hora antes de la ceremonia ya no se cabía. Media hora antes casi no se podía respirar. La apoteosis tuvo lugar cuando llegó la novia. Flora pensó que había llegado el momento y se dirigió hacia donde estaba Lola armada con una cámara polaroid. Cuando estaba a su lado la oyó gritar algo así como 'hay que sacar a gente, la niña no se casa...'
El cuerpo de Antonia apareció desnudo en la playa de Calahonda al día siguiente. Cuando avisaron a su madre le dijeron que había muerto de insolación. En realidad murió asfixiada por la multitud en la boda, solo que la policía, para evitar un escándalo aún mayor del que se formó ocultó este hecho y fingió una muerte fortuita bien lejos de la parroquia.
Doña Rosario, la madre de Flora, nunca creyó esta versión y luchó hasta su muerte por esclarecer lo ocurrido. Nunca lo consiguió. Con ella acabó el recuerdo de la artista, de la que hoy tan solo se conserva un cartel promocional en la colección del señor Malvido, quien nos lo ha cedido para ilustrar este artículo.
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