Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
EN todos lados cuecen habas, pero como no estamos acostumbrados a los genios de lámparas mágicas, el otoño se nos atraganta a modo de historias de quinta dimensión. Por eso, somos una ciudad diferente. Ojalá fuéramos una ciudad cuadriculada, aburrida, elegante, bien gestionada, silenciosa. Ojalá fuéramos una ciudad con menos barras de bar, menos enfrentamientos y más librerías y cines en el centro. Una ciudad con menos fiestas y más PIB, con más industria y menos hostelería. Con más iniciativa y menos paro. Quizá ya eso no sea Jerez. Entre la ciudad aburrida y empresarial y la ciudad alegre y del negociete, hemos optado por lo segundo. Por la picaresca del que despunta gracias a sus juegos sucios, del que se calla cuando los eres no le afecta, y del que se enriquece con las desgracias de los demás. Hemos optado por la mediocridad.
Ante tal panorama, ni la Merkel, ni Mourinho ni Carrillo, genios de cercanías, porque la primera que sufre es la propia ciudad. No se la respeta ni en la Bahía, la civilización china puja por hacerse con el parque de bomberos y los genios se esconden asustados. En la zona templada la gente se pone a la defensiva, y es cuando más echa de menos a los verdaderos genios de carne y hueso que andan olvidados entre jaramagos de solares olvidados por los tiempos de los tiempos. Genios y figuras, pero ahogados en sus inquietudes, buscando irse a otras tierras, si ya a día de hoy jueves no lo han hecho. Todos, abanderados por un Paula único que cuando se postula hace de la música callada un alegato a la osadía, y un canto al inconformismo. En ciudades de pocas luces no son bien vistos los inteligentes. En todo caso, los genios y figuras van apareciendo y desapareciendo como el Guadiana. Pero por el Guadalete el tema no es igual. Aquí todos andan embadurnados en fango. Y el que osa asomar la cabeza de las arenas movedizas es aplastado por las pezuñas de la crítica envidiosa.
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