HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Herederos del franquismo

12 de abril 2010 - 01:00

CABE preguntarse quiénes son, o quiénes somos, los herederos del franquismo, ya que la expresión se usa a diario y con intenciones excluyentes mal disimuladas. Da la impresión de que España quedó vacía en noviembre de 1975 y se repobló con gente de fuera. Convendría rescatar los antiguos estatutos de limpieza de sangre (de sangre franquista, naturalmente) para que sepamos por los primeros ocho apellidos, es decir, hasta los abuelos, quienes son los nuevos españoles libres de sangre franquista. Formarían la aristocracia de los repobladores. Con cuatro apellidos limpios se podría ser alcalde, y con dos o tres estar tranquilo de que la Laica Inquisición no nos iba a molestar. ¿Quién tiene esos dos o tres apellidos libres de franquismo? Que lo digan los estatutos. Decía Sancho Panza que a él el ser cristiano viejo le bastaba para ser conde. "Y aun te sobra, Sancho; y aun te sobra", le desengañaba Don Quijote.

Primero habría que aclarar qué es franquismo, no vayamos a caer en persecuciones injustas contra obispos eméritos, católicos practicantes, republicanos de derechas, sectas de otras confesiones cristianas, liberales afrancesados, monárquicos, escritores y artistas autores de buenas obras durante la dictadura o simplemente gente que entendía la libertad como un acuerdo entre el orden y el desorden. (La Libertad con mayúsculas es metafísica y sólo pueden hablar de ella los filósofos antiguos y modernos.) No parece sino que militar en un partido político, sea de la verdadera o de la falsa izquierda, o asentir a las extravagancias e injusticias de los gobiernos democráticos, exime de herencia franquista. En España estamos los que hemos estado siempre y somos todos herederos del franquismo, como etapa histórica y de gran libertad personal, hasta la propia democracia lo es, o hay que suponer que nos han traído de otra galaxia.

El deseo infructuoso de identificar el franquismo con el nazismo lleva a convenir que todos los nacidos entre 1920 y 1960 hemos conocido con conciencia de adultos un régimen siniestro y sórdido que no dejaba en paz a nadie. No sigamos el engaño, aunque haya quien esté dispuesto a seguir la zanahoria colgada del palo: ningún cambio político sale por milagro, mucho menos el franquismo que nunca tuvo capacidad para inventar nada que no existiera antes. En España, tristemente, y ahora más con los ejemplos escandalosos sudamericanos, los golpistas que quieren derrocar la democracia son buenos y los que intentan evitar el totalitarismo, malos. Y dénsele las vueltas que se quiera: el franquismo fue una dictadura decimonónica que evitó un régimen pagano de hornos crematorios y otro de gulags siberianos, que se metió poco en las actividades y en las vidas particulares y nos hizo desear una democracia liberal, no esta, que parece una mezcla de hospital de inocentes y cofradía de malhechores.

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