J. M. Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Iban a Rusia, y no los podíamos escuchar

Tanto el intento de segregación de Cataluña como los contactos con agentes rusos son suficientes para haber autorizado escuchas

Conversé con Alfredo Pérez Rubalcaba un año antes de su muerte imprevista. Casi una tarde, en su casa. Era mayo de 2018, y atrás había quedado lo más duro de la intentona independentista de Cataluña. Quim Torra manejaba aún el presupuesto de la Generalitat, pero no fue ése el tema de la entrevista, sino ETA, aunque la charla derivó a otros asuntos actuales. Fue él quien vaticinó que "la derecha del barrio de Salamanca", donde él había crecido, se había sentido "traicionada" por la actuación de Mariano Rajoy ante Cataluña. Lo juzgaban débil. Adivinó, casi medio año antes de que el PP lograse gobernar en Andalucía con el apoyo de Vox, que el partido de Santiago Abascal se iba a convertir en un competidor serio del PP.

Rubalcaba había regresado a sus clases de Química Orgánica, pero mantenía contactos muy valiosos en lo que Donald Trump y sus iliberales llamarían el Deep State, el Estado profundo, que no es otra cosa que la comunidad de Inteligencia de un país en su más amplio espectro. El odio de los trumpistas a los servidores del Estado proviene de que ellos conocían de modo muy preciso hasta dónde llegaba su dependencia de Vladimir Putin. Que es parecida a la de Le Pen: los bancos rusos regalan dinero a los partidos desestabilizadores, porque nunca se devuelven.

¿También a los independentistas catalanes en 2017? Nunca se ha llegado demostrar la injerencia que sí fue patente en las elecciones presidenciales Hillary Clinton/Donald Trump y en el referéndum del Brexit. Josep Lluís Aldai, que fue asesor de Puigdemont y de Torra, viajó a Moscú en 2019 para entrevistarse con agentes rusos, líderes mafiosos y otros tipejos desestabilizadores, hasta el punto que el Parlamento Europeo recomendó a primeros de 2022 que se investigase la conexión de Putin con los independentistas.

En 2017, el grado de conocimiento de los servicios de Inteligencia españoles sobre la operatividad de la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y Òmnium Cultural, que fueron las dos organizaciones a las que la Generalitat les externalizó el golpe, era escaso. "Fuentes abiertas", me dijo Rubalcaba. Lo que se leía en los digitales, vamos. Que no había una fuente ni la ANC ni en los CDR. Y eran cientos. La ceguera del Estado español fue tan grave que no vio ni una sola urna. La Inteligencia española tiene regulada, mediante la actuación de un juez del Supremo, las escuchas discretas a personas relacionadas con actividades contrarias a la seguridad del Estado. Y el procés fue eso, en el mejor de los casos para los implicados; en el peor, un asunto de Contrainteligencia. Razones para escuchar hubo, y pero no se llegó a tiempo.

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