La nicolumna

Nicolás / Montoya

Ilusos sin red

ENTRE el Gordo y el Niño hemos andado ilusionados. Pero sin dejar de lado a delgados, niñas, hipertensos, impotentes y muchos más ejemplos de los muchos exponentes singulares que abundan por estas fechas, hemos sentido que entre los extremos crece un tiempo donde parece que las ilusiones aumentan y donde, por aquello de que en el término medio está la virtud, hasta el menos indicado se ilusiona. Aunque para virtuosos e ilusos, nosotros, los que nos aferramos a ellas para poder tirar para delante. No estaría nada mal que durante todo el año estuviéramos pensando en la utopía de la posibilidad, en el acierto azaroso de un reintegro personal, de un número más bonito o de la felicidad diaria aunque sea a pequeñas participaciones. Mientras se está ilusionado las cosas se ven con otro cristal. Lo peor es cuando el sorteo se celebra, se produce el desenlace y el resultado se hace presente haciendo que sean pocos los elegidos y muchos los desengañados.

No sabremos nunca si es coherente hacer una defensa de lo que se vive como una posibilidad, de lo posible, de la fe en algo, cuando, en realidad, estamos avanzando gracias a la razón. Pero en pleno siglo XXI, sea por culpa de billetes o por ideas religiosas poco tangibles lo cierto es que nos aferramos a ellas como si fuesen tablas de salvación. Se trataría de recobrar la importancia de saber disfrutar el camino que seguimos, sacándole jugo al momento, a veces mucho más incluso que a llegar a la meta, de saborear la seducción inteligente antes que lo manifiestamente mejorable.

Estas fechas pasadas traen envueltas en papel de regalo el tierno encanto de la ilusión y la confianza en la suerte. Pero ilusionarse a la vez es lícito, porque esperar que los dioses se alíen en beneficio nuestro es muy osado, y gente endiosada tenemos demasiada a nuestro alrededor. Tanta como caramelos hemos visto de los Magos. Que no nos la quiten hasta que veamos pasar por delante otra cabalgata o algo parecido y luego ya veríamos.

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