Yendo al grano

Víctor Cantero

Jane Austen...

O el orgullo de ser mujer. Cuando un epitafio es tan significativo como el que se colocó en su tumba, ubicada en la catedral del Winchester en 1817: “la benevolencia de su corazón, la dulzura de su temperamento y las extraordinarias capacidades de su mente”, parece que las obras salidas de su pluma no deben ignorase. Por ello la autora de Sentido y sensibilidad (1811), Mansfield y Emma, entre otras inolvidables novelas, ha sido a comienzos del pasado agosto el centro de atención de la crítica literaria y de la prensa británica. La iniciativa encabezada por la diputada laborista Carolina Criado-Pérez de recoger más de 35.000 firmas con el fin de que el Tesoro británico editase un billete de 10 libras con la imagen de Austen levantó en su día la polémica. Los detractores de la causa feminista no ven con buenos ojos que una escritora, para ellos de segunda fila, goce del mismo privilegio que la reina Isabel II, a saber ver estampada su imagen en un billete de ten pounds. En suma, con esta iniciativa popular de lo que se trataba era de dejar muy claro, tal como señala su promotora que: “Jane Austen fue una escritora increíblemente inteligente, cuyos libros dejan manifiesto cómo las mujeres de su época estaban atrapadas y eran sistemáticamente maltratadas.” Una propuesta que desató toda una contracampaña en Twifter, en la que los detractores de la idea amenazaron con agredir y violar a las partidarias de Austen, todo con el objeto de que en pleno siglo XXI se mantuviera la mentalidad machista de la sociedad victoriana del XIX.

El recurso más burdo para negar al protagonismo a quien lo tiene por méritos propios – ejemplo vivo de mujer trabajadora-  es negar la validez de sus ideas, algo que en caso de Jane Austen es como pinchar en hueso. Ella es la novelista más internacional que ha dado Gran Bretaña, y junto a Mary Shelly, Agatha Christie, Virginia Woolf y J. K. Rowling forma  parte del parnaso de la prosa femenina británica. Negarlo es una imbecilidad y oponerse a ello sin argumentos convincentes, una torpeza. No estamos en el momento de la discriminación de las personas por razón de su sexo, eso huele a rancio. Estamos en el siglo de la igualdad de derechos, en la equivalencia de oportunidades, en equiparación de los talentos. Venga de quien venga el aporte positivo, el cambio, la mejora de las condiciones de vida no llevan copy right. Nadie puede arrebatar a Austen su condición de revolucionaria silenciosa, reivindicadora de los derechos de la mujer en una época en la que estos no existían, precursora de la novela moderna y de la importancia del monólogo interior en la narrativa actual. 

Cuando surgen personas irrepetibles que con sus ideas hacen tambalear los cimientos de una sociedad maniatada por los prejuicios es que algo nuevo está de camino. Austen, hija de un vicario anglicano, nacida en el seno de una familia acomoda de la baja aristocracia británica decimonónica rompió por completo con los moldes, dio al traste con sus antecedentes y se propuso hacer de la escritura una clara defensa de lo que la mujer de su época debía representar en aquella sociedad tan hermética. No desesperó en su intento, no aminoró en sus ansias por ubicar lo femenino en el lugar que le correspondía. El tiempo ha reconocido sus esfuerzos, y en la ciudad de Bath, donde vivió de 1801 a 1807 se levanta el Centro Jane Austen lugar de peregrinación de todos aquellos que la admiran, y por el que no dejan de pasar una media de 60.000 visitantes al año, por algo será.

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