Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

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Jerez: Jesús Ageo y un crucifijo de vida en el umbral de la muerte

Jesús Ageo Arriaga y el ‘Cristo crucificado’ de Murillo.

Jesús Ageo Arriaga y el ‘Cristo crucificado’ de Murillo.

Fue un creyente a carta cabal. Un príncipe de los buenos modales. Un hacedor de cortesías. Un ser íntegro. Rehuía de todo empacho protagónico. Discreto como el dorso de un folio manuscrito. Jamás aspiró a la ostentación -ni a la tentación- de cualquier mínima cuota de poder. Cuota que en su caso tampoco sería cuita. Hombre de principios. Siempre se vistió por los pies así soplasen vientos de novelería en derredor. Ganó terreno de profesionalidad. Jesús Ageo Arriaga se hizo a sí mismo -militar de rasgo y rango- apostando nunca a ciegas por la casilla de la honestidad. Era dueño de una mirada limpia y transparente. Aceptó su compromiso cristiano hasta la hora nona del último vuelo sobre el alto cielo. Calzó botas de evangelizador que asume el primer mandato de Cristo. Omnia vincit amor. Jamás estuvo preso de resentimiento. Porque supo deslindar la esencia del envoltorio. O el zumo de la cáscara. O el caramelo de la celosía. Y, porque como san Felipe Neri, desde temprana edad contagiaba optimismo. Y esperanza. Servía a Dios y a España con pundonor, valentía, dominio y una aguda suerte de templanza (estoica). Ingresó pronto en la primera promoción del Arma Aérea de la Academia de León -recién finalizada la Guerra Civil- donde obtuvo su despacho de teniente.

Jesús Ageo no se andaba con chiquitas en la distracción del tiempo. Aprovechaba al máximo las veinticuatro horas del día. Se le consideraba con todos los honores un piloto muy competente. Trabajador y disciplinado. Culto. Hablaba con soltura francés e inglés. Solía viajar mundo a través para enriquecer su formación. Por ejemplo a Estados Unidos, al frente de un grupo de alumnos que realizarían un curso de reactores. O, posteriormente, al Estado Mayor en Alabama. El sino le sonrió: fue destinado, como profesor, a la Escuela de Polimotores de Vuelo Instrumental de Jerez. A nadie quiso enmendar la plana. Al contrario: daba la talla en la extensión de un compañerismo siempre edificante. Sabía guardar silencio. Y encender cada noche la luz maternal de un avemaría en sus labios de teniente coronel del Cuerpo de Aviación. Su Fe movía montañas. No convirtió capa en sayo por mor del oportunismo ramplón. No traicionó por treinta monedas de plata. Ni públicamente ni rascando el cromo de lo privativo. Su código de valores siempre paseaba la misma vereda. Como muestra un botón: cierta vez fue requerido para colaborar -hombro con hombro- en una investigación a fin de acusar a dos compañeros por actividades de índole personal que nada tendrían que ver con la capacidad profesional de los mismos ni tampoco con el servicio en cuestión. Ageo se negó en redondo alegando que no le correspondía espiar ni acusar a semejantes por asuntos privados cualesquiera que fuese su naturaleza. Integridad humana cuya consecuencia posiblemente no le granjeara réditos ante sus superiores. No los buscó ni antes un después.

Admirable devoto de María Santísima. Como el testamento de las manos del escritor José María Pemán, sabía lo que María guardaba en su corazón. De hecho fue elegido hermano mayor de la Hermandad de Loreto en diciembre de 1961. En su ‘Epístola de Filemón’ San Pablo se declaró ya anciano. Jesús Ageo no llegaría a serlo. Falleció prematuramente. Demasiado joven aún. Una muerte que no precisó subida al cielo porque le pilló allí in situ. Poco antes de su fatal accidente había sido confirmado para una plaza ilusionante: Agregado Aéreo de la Embajada en París. Jesús se empapó de júbilo al conocer la noticia. Pero el destino se atravesó como un chapoteo de desventura. Y el presente se tiznó de garabatos negros. Porque el 10 de abril de 1962 Jesús -siempre servicial- aceptó el favor que un compañero le solicitó sin demasiado margen de maniobra: suplirle en un servicio de vuelo. Y sucedió el aciago desenlace. Un avión militar Douglas C-47 de la Base de Jerez se estrelló sobre la marisma de Lebrija pereciendo los diez tripulantes -entre los que se encontraba el por todos estimado Jesús Ageo-. La pérdida supuso una tragedia -rosa ensangrentada en la estrella de lo inocultable- para su esposa, hijos, legión de amigos, conocidos…

Jesús Ageo siempre dirigía los rezos a la Virgen cada vez que estos guardianes del aire -como lanceros de un edén algodonado de nubes- practicaban la rutina diaria de los ejercicios aéreos. Vuelos que eran flexiones del motor sobre la colchoneta de cuanto allí arriba significaba habitualidad de uniformes azules. Cuentan quienes presenciaron el arduo rescate del avión siniestrado -como consecuencia de un fallo mecánico- que el cadáver del hermano mayor de Loreto apareció con un crucifijo clavado en una mano y asimismo una estampa de la Virgen de Loreto, patrona de la Aviación. Ageo no tuvo que escalar ningún peldaño para acceder a la puerta principal de la Gloria. San Pedro -sonrisa naciente- enseguida reconoció a quien presidía la cofradía que desde su fundación reside en la jerezana sede canónica dedicada a su honor. Además ni cascabeleó el sonido de sus llaves. Porque el portero de la Eternidad, sin necesidad de avales ni de preguntas de rigor, estaba ya recibiendo a un ejemplar hijo de la Reina de los Cielos.

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