Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

José de Arce

16 de febrero 2016 - 01:00

LA luz resbala por el monumental torso describiendo una anatomía de modelado suave, mórbido, con la blandura de la carne llevada a la dureza de la madera con una gubia que más bien parece pincel. De repente, aparece el claroscuro en los profundos plegados de un sorprendente sudario. La "pincelada" se torna más enérgica a la hora de componer de forma tan original este paño, sin que por ello se pierda el halo de elegante serenidad que rodea a toda la imagen. La misma mezcla de vigor y reposo transmite la cabeza, de una expresión casi plácida que se complementa con la admirable soltura y abocetamiento de cabello y barba, sinuosos de dibujo y dúctiles de talla. Unas formas que resultan prácticamente tan modernas hoy como las fueron en el momento de su creación, cuando rompieron con el tardomanierismo impuesto por Martínez Montañés. Cerca de dos metros de escultura, realizada para rematar un retablo de grandes dimensiones, el antiguo de la iglesia de la Cartuja, para el que su autor, José de Arce, hizo toda su imaginería entre 1637 y 1639. En la actualidad, en la Catedral, puede contemplarse desde perspectivas imposibles, de haber continuado in situ, junto a las bóvedas del templo cartujano, a gran distancia del espectador. Eso hace que fascine más lo logrado de todas sus partes, al alcance sólo de un artista dotado de un nivel superior a la mayoría de los imagineros de su época en la zona.

Ése fue José Aaerts, el escultor llegado de la Flandes de Rubens y que se cree incluso que trabajó en la Roma de Bernini. En Sevilla su llegada supuso toda una revolución artística. Allí murió en 1666. Hace 350 años. Una efeméride que se cumplió semanas atrás y que ha pasado desapercibida en Jerez, pese a que aquí vivió durante algunos años y dejó importantes obras. A pesar de ser, sin duda, el mejor escultor que haya tenido la ciudad jamás.

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