La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
AL hilo del confinamiento, todos estamos lidiando con emociones y sensaciones, conocidas como la ansiedad, el aburrimiento, el estrés y un largo etcétera, pero elevadas a una dimensión superior.
Hace unos días se me vino a la cabeza una anécdota que viví como profesional de la radio en Cádiz cuando apenas había superado la veintena. No estoy seguro si ya en algún momento escribí algo al respecto, lo que sí tengo claro es que la he contado en varias ocasiones de viva voz a gente cercana. Hoy creo que adquiere sentido volver a recordarla.
En aquella temporada 90/91 el ídolo del cadismo era (sigue siéndolo) Mágico González. Esa temporada nació otro futbolista mágico, Kiko Narváez, pero esa es otra historia. Parte de nuestra rutina era presenciar los entrenamientos y realizar entrevistas a la salida, en los bajos de Carranza.
Hacía mucho calor, sería la una y pico. Ya había realizado varias entrevistas y en ese momento salía del vestuario, con la zapatillera bajo el brazo, Mágico González. Con el pelo mojado, paso desgarbado. Me acerque y le pedí una entrevista. A lo que él me respondió:
-Si no le importa lo dejamos para mañana, señor. Hoy me están esperando unos señores y ya voy tarde.
Acto seguido se marchó en dirección a la 'escalerilla', entonces una confitería donde paraban los jugadores y aficionados del Cádiz. El mago entró y salió al rato con un par de bolsas. No sé que me impulsó, pero el caso es que le seguí. Cogió la avenida dirección ‘Cadi, Cadi’ y a la altura de la plaza Ingeniero de la Cierva, cruzó para dirigirse a la playa de La Victoria. Había marea baja, Mágico cruzó unos 100 metros, a través de la arena, en dirección a un grupo de chavales. Cuando se percataron de que estaba llegando, algunos de ellos salieron corriendo, le cogieron las bolsas, le dieron palmadas en la espalda y le acompañaron los últimos metros hasta llegar a la altura del resto. Allí, en medio de la playa, tras algunos abrazos con el mago, se sentaron en la arena y empezaron a sacar latas de refrescos y bocadillos. Al cabo de un rato, allí los dejé comiendo, bebiendo y riendo, sobre todo riendo. Allí había amor, alegría, paz en el aire. En estos día de confinamiento, hacer algo tan simple como esto que os cuento es imposible.
¿Para qué los lujos? ¿Para qué estar en actos, reuniones o compromisos que no nos gustan? ¿Para qué tanto correr?
A veces pasamos por alto las señales del camino. A veces cuando tenemos un problema, no sabemos que en el fondo somos afortunados. Aún cuando vivimos la oscuridad, deberíamos celebrar la luz. No desperdiciemos nuestra vida. Simple y mágico.
P.D. Al siguiente día, Mágico me buscó para que le pudiera hacer la entrevista.
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