Impotencia
Loquillo, te perdono
Descanso dominical
Durante años me he acordado de toda la parentela de Loquillo por lo que me hizo sufrir aquel día
Empezaré por el final. Loquillo, no sé si te lo mereces, pero te perdono. Aquella noche -ubiquemos la acción- transcurre en el Jerez de los 90, en plena avenida, donde Los 40 Principales organizaba un cirio del copón cada mundial de motos. Ese año, No me pises que llevo chanclas y Loquillo. Por la patilla. Y una fiesta de un ron que era la caña, y barras por todos lados, y que teníamos veintipocos años y siempre amanece tan pronto. Desde el escenario hasta la puerta principal de la Feria (nota mental: la palabra Feria, siempre que se refiera a la de Jerez, debe ir en mayúscula), hondonadas de gente. Los Chanclas venían de la boda de uno de ellos, que se acababa de casar en Los Palacios. Ceremonia, a Jerez a tocar y tras el concierto, escopetados otra vez para llegar al convite…
Y llega Loquillo. No venía en un cadillac solitario, pero sí como una rock and roll star. "No salgo al escenario hasta que no se vaya el último de los Chanclas". Toma ya. El Rey del Glam. Los Chanclas actúan, se largan para su boda, y, transcurrido un tiempo más que prudencial, todo ya preparado para su concierto, suelta mi primo: "No salgo hasta que no traigáis diez toallitas de baño blancas". Arza. ¿De dónde sacamos ahora las putas toallas? El público bramaba, silbidos y que empiece ya, que empiece ya. El coordinador de Los 40 Jerez, mi amigo Cauqui, reunía en su rostro toda la gama cromática del que está descompuesto. Verde, amarillo, ocre. La única solución: que algún pringado se dé patadas en el culo hasta el hotel NH Avenida, donde está alojado el señor Loquillo, a pedirlas. Y todo antes de que el ya iracundo respetable se canse de esperar, antes de los desórdenes públicos y salir en los periódicos. Llegados a este punto, el más pringado, lo que en derecho laboral se conoce como el último mono, quién iba a ser. Un servidor. Digamos que uno nunca ha hecho marcas para ir a los Juegos Olímpicos, pero ese día estuve ahí, ahí. No os puedo describir la cara del conserje cuando me vio llegar -color mudado, sudores, hipoxia- y escuchó mi petición. Lo convencí. Se ablandó al verme llorar. Cual maratoniano keniata regresé al punto de partida, derrengado entregué las diez toallas y el show pudo continuar sin heridos.
Durante años me he acordado de toda la parentela de Loquillo por lo que me hizo sufrir aquel día, pero gracias a la terapia he superado el resentimiento. Para vivir en paz con mis recuerdos hago público este pasaje del día en que casi echo el hígado por la boca gracias al feo, fuerte y formal. Por cierto, me gustó más el concierto de los Chanclas, loco.
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