Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
Cerca de casa han abierto un bar venezolano. La dueña exhibe, orgullosa, la bandera venezolana en la fachada y se dirige a los clientes con la típica cadencia verbal plagada de "chéveres" y de "mijitos". La historia de esta mujer es fácil de imaginar: tuvo que salir prácticamente con lo puesto de Venezuela, igual que han hecho siete millones de sus compatriotas (casi un 30% de la población) que han tenido que huir de la violencia y de la escasez y del "socialismo del siglo XXI". Se dirá que eso mismo les pasa a millones de habitantes del planeta, y es cierto, pero hay una diferencia notable. Ningún país exportador de migrantes y refugiados (Somalia, Honduras, Bangladesh, Haití, Etiopía) tiene petróleo, y en cambio, Venezuela tiene petróleo, y mucho. Entonces, ¿cómo es posible que un país que podría ser la Noruega de América Latina sea un país tan pobre y tan violento como Haití o como Bangladesh? Ah, amigos, la respuesta se llama "socialismo", esa bella palabra que enardece a nuestros activistas y catedráticos y actrices que se exhiben en el photocall de la gala de los Goya. En nuestro gobierno, por cierto, hay varios admiradores declarados del "socialismo del siglo XXI". Y uno de ellos es nada menos que ministro de Consumo. ¡De Consumo! Me gustaría saber qué le diría a nuestro ministro de Consumo la dueña del bar venezolano que han abierto aquí abajo.
Sí, ya lo sabemos: el capitalismo no es hermoso ni es justo ni es amable. Pero hay una diferencia: por injusto que sea, por despiadado que sea, el capitalismo -eso que llamamos la economía de mercado, tan aborrecida por nuestros intelectuales- sabe administrar mucho mejor los recursos de un país. Y si un país puede disponer de un eficiente estado del Bienestar, es porque hay miles de empresas y bancos y autónomos que luchan por sus negocios y que pagan sus impuestos. Sin empresas, amigos, no hay Estado del Bienestar, pero aun así, todos los días se nos repite la misma matraca ideológica que se opone a todo lo que sea libre mercado. Y en nombre de la lucha contra la desigualdad -y en nombre del feminismo y de los derechos de los trans y de cualquier otra ideología que se haga pasar por emancipadora-, se ataca a los ricos y a los empresarios y a los bancos. Ese discurso demagógico es el mismo que usaba el bendito comandante Chávez en Venezuela. No conviene olvidarlo.
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