Por si usted no lo sabía, calentar la comida en el microondas provoca cáncer, el cadáver de Walt Disney está en una nevera y Neil Armstrong lo más cerca que estuvo de pisar la Luna fue en el estudio de Hollywood donde lo disfrazaron de astronauta para rodar aquellas imágenes que engañaron al mundo. No hay más que consultar internet para verificar que todos esos datos están publicados. Pero lo sorprendente es que si uno prefiere otra versión de los hechos, no tendrá ni que levantarse del asiento. Bastará con mirar otras páginas para enterarse de que a Disney nunca lo congelaron, de que los microondas no son tan mortíferos, ni todos los astronautas tan farsantes.

Esa barbaridad de datos que se nos ofrecen gratuitamente es la mar de socorrida porque si, por ejemplo, uno quiere asegurarse de que beber la leche cruda es lo más sano que hay, no tiene más que consultar el sitio adecuado para convencerse de que, efectivamente, así es. Pero si prefiere que le digan lo contrario, por el mismo precio tendrá a su alcance cumplida información sobre lo dañina que es la leche cuando pasa directamente de la vaca a la boca.

Igual que hay tutoriales en internet que explican cómo fabricar oro con ingredientes caseros, hay páginas donde se advierte de lo peligroso que es vacunar a los niños, o de lo beneficioso que es ingerir la propia orina, como las hay también donde se ve a las claras que la Tierra -digan lo que digan los científicos- es completamente plana.

Y como los parlamentos se nutren de personas que piensan una cosa, pero también de personas que defienden justo la contraria, internet es la mina de la que se pueden sacar los datos que a uno le dé la gana, ya sea para justificar que la inmigración es un problema enorme como para justificar que es una bendición divina; datos para defender que la sanidad pública en Andalucía es la envidia de toda España o para decir que eso no hay quien se lo trague.

Gracias a ese menú de datos para escoger según los gustos de cada cual, si uno se levanta con ganas de alarmar con la gripe, o con el advenimiento de una dictadura comunista de inspiración caribeña, no tendrá más que husmear un poco en la red hasta encontrar el documento escalofriante que lo avale.

Si, para colmo, se apoyan los datos en esa versión numérica del malabarismo que es la estadística, las posibilidades de justificar el disparate se multiplicarán. Así, con una calculadora por delante, varios porcentajes y un poco de imaginación, podremos demostrar con rigor que las falsas denuncias por malos tratos, por ejemplo, son una ridiculez (o si lo preferimos, que son espeluznantes); se podrá defender que la Ley de Violencia de Género es un dogma tan sagrado que quien se atreva a discutirlo se convertirá automáticamente en cómplice de asesinato (o si no, que esa ley es un auténtico mamarracho). Y así con todo, porque cuando desde la misma tribuna se afirma una cosa y la contraria, o bien mienten unos, o bien mienten los otros. O miente todo el mundo, que es una posibilidad que tampoco habría que descartar.

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