Habladurías

Fernando / taboada

La Pasión según te pille

NO sé si debería escribir esto. Que yo escriba sobre la Semana Santa tiene el mismo rigor que tendría escribir sobre los ritos del vudú en el Caribe. No soy ninguna autoridad en la materia. Ni en las cosas del espíritu tampoco. Y es que, si para que por mis venas corriera algún humor cofrade, tendría que hacerme varias transfusiones de sangre nazarena, también es cierto que no puedo dejar de sorprenderme con algunos de los episodios que cada año nos brinda este mundo singular.

Nunca he entendido demasiado las porfías que se traen los propios capillitas, que cuando hablan de las vírgenes parece más bien que estén hablando de las actrices de Hollywood, o que al referirse a las imágenes de Cristo, no sepa ya uno si le están hablando de un crucificado o de un superhéroe del cómic.

Pero es normal. Como en cualquier otro escenario en el que se confundieran unas tradiciones de cuando la Santa Inquisición con las costumbres de una sociedad como la nuestra (en la que nadie se asusta si un crío pide de regalo por su primera comunión hacerse el tatuaje de una anaconda a tamaño natural), lo lógico es que de esas mezclas temerarias salgan luego unos cócteles de los que llamamos explosivos.

Gracias a esos barullos folclóricos que a veces depara el misticismo, nos hemos habituado a ver con naturalidad la manera que tienen los costaleros, por ejemplo, de atizarse los cubatas como si acabaran de salir del Teatro Chino. Y tampoco nos sorprende ya ver a esas chicas que, por no renunciar a la coquetería, son capaces de llevar la mantilla en señal de luto, pero luciendo unos escotes de los que quitan el hipo, y con unas minifaldas tan provocativas que hacen pensar antes en una monja con ligueros que en alguien que está a punto de expresar su más sentido pésame.

Así también en Cádiz ha pasado lo que ha pasado esta semana. Con un argumento que a Fellini le hubiera encantado convertir en película, un grupo de hinchas con pancartas abuchearon al paso de una procesión en la madrugada del viernes. Cómo sería el cirio que montaron que los munícipes que iban acompañando el desfile tuvieron que salir por patas, mientras la policía intentaba evitar que aquello se convirtiera en una pelea del salvaje oeste.

Y pensará cualquiera ante semejante pitote durante un acto solemne que se trataría de algún grupo de ateos exaltados, o de alguna célula de corte anarcosindicalista. Pues no. Eran los propios devotos del Nazareno, que devinieron en hooligans, y todo porque la procesión había cambiado este año de itinerario y ya no pasaba por su calle.

Son las cosas que tal vez no ocurrirían si la política se mezclara menos con los fervores marianos, si la gente se reuniera para rezar el rosario en vez de reunirse para ir al fútbol los domingos y, por supuesto, si aquello de salir bajo palio se hubiera quedado para el Caudillo. Bienvenidos al siglo XXI.

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