Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
DECÍA el yacente -escribía de continuo acostado- vanguardista de la prosa don Ramón María del Valle-Inclán que los idiomas son hijos del arado. "De los surcos de la siembra vuelan las palabras con gracia de amanecida, como vuelan las alondras". Un entrecomillado que avanza con botines blancos de piqué. Si toda mudanza sustancial en los idiomas es mudanza en las conciencias -en la nunca volátil ni tampoco volandera alma colectiva de los pueblos- entonces las cofradías -su sintomatología hodierna- han de visionar (con lupa de abuelo cebolleta inclusive) las constantes vitales de su particular modo de expresión dígase oficial. ¿Terreno resbaladizo o vuelta a la semilla al modo del barroco -realismo mágico- de Alejo Carpentier? Más bien terreno baldío la mayor de las veces…
Las hermandades -¿verdad que sí, don Juan Delgado Alba que habitas en el celestial concierto de los pitos del Silencio (con mayúsculas) de esa Santa Madrugada definitiva ya sin itinerario de vuelta?- siempre se han caracterizado por una electiva concepción incluso literaria de las formas. Lo proclamaba grecolatinamente don Juan Delgado: "En las hermandades puede llegar a perderse todo, menos las formas". No cabe la disyunción de la conjetura. Ni la bilocación del desatino. Ni la injusticia mineral de cualquier repente. Las hermandades han de cumplir a rajatabla la condición sine qua non de las formas. Como sinónimo de cortesía en el trato, de labilidad en la dicción, de estilo pulcro y ágil en la correspondencia epistolar.
¡Con cuánta grácil facilidad pierden las formas -ese adobo de la educación (general) básica, esa instructiva EGB otrora consustancial a la mínima urbanidad exigible- algún que otro megalómano incapacitado para las soberanas decisiones de las mayorías absolutas -a su subrepticio juicio por lo común erradas y nada escientes si se posicionan contrarias a la egolatría del yo, me, mi, conmigo-! La incontinencia del narcisismo confluye en la búsqueda de camorra. Hoy -mañana ya: me he zampado al bies y de sopetón el espacio- abordaremos a ultranza alguna poda del idioma -de la escritura oficial y oficiosa- que frecuentemente salta, como arlequines de gazapos sintácticos y ortográficos, en las cartas, misivas, comunicados, post y demás prosaica tentativa circulatoria por las tramitaciones de la burocracia cofradiera. ¡Que Lázaro Carreter nos pille confesados!
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