Opinión

Manuel Naranjo

Pepe Marín: la voz y la memoria del flamenco

La memoria, que se sustenta sobre el recuerdo, no es otra cosa que una sucesión de acontecimientos que se han construido sobre nuestro pasado, es como dice María Jesús Ruíz, un ejercicio consciente de recuperación que a veces entraña momentos felices y, a veces, traumáticos. Pero los recuerdos son una construcción mental que a veces controlamos a nuestro antojo y que no está exenta de sentimentalidad, nuestra memoria es una crónica sentimental de aquello que creemos que vivimos y sentimos en primera persona y que no nos lleva muy lejos, a lo sumo tres generaciones si hemos sido muy observadores.

La memoria lleva implícita la capacidad de reconstruir recuerdos a partir de la emergencia de detalles aislados, a veces esa memoria nos juega malas pasadas, nos descontextualiza, nos engaña y nos hace creer algo que creíamos haber vivido.

Mi memoria está llena de olores y por ello más certera y ágil, mis recuerdos están marcados por las voces de mis padres, de aquellos que no están hoy y de aquellos que construyeron mi niñez.

Me aficioné al flamenco gracias a mis padres, pero sin duda, en esa fase de crecimiento cultural tuvo un especial protagonismo la voz de Pepe Marín, esperaba con impaciencia aquel programa de radio de los miércoles por la noche en Radio Popular, mientras sonaba el saxo de Pedro Iturralde y la guitarra de Paco de Lucía por soleá se me abría un mundo . Aquella entrada me daba a entender que José Marín Carmona, Pepe Marín, era un hombre inquieto que aspiraba a compartir un momento de radio con nuevas maneras. Creo sin temor a equivocarme, que Pepe aportó frescura y un estilo novedoso que se alejaba de los modelos de la época gracias a haber bebido en las fuentes del teatro, una de las mejores escuelas para una voz que por timbre se tiende a desenvolver en papeles melodramáticos, una voz templada dotada de un amplio registro de recursos para hablar, recitar, musitar, presentar. Durante años fue la voz de los festivales de flamenco, entro otros, costó separar la figura de Pepe de aquellos festivales de flamencos interminables que duraban hasta las tantas.

Pepe podría haber sido un excelente actor/doblador, quien sabe si hubiera accedido a poner voz a los grandes del cine, lo peor de todo es que no estaríamos hablando ahora de él, y nuestra memoria se hubiese visto desnuda, huérfana. Con el paso del tiempo su voz se ha ido haciendo más grave, más señorial, más empacada, que bien recuerda la figura de Sarastro en la ópera bufa de Mozart 'La Flauta Mágica'.

Si bien Pepe se prodiga ahora poco en los escenarios, todavía es un excelente rapsoda que deja huella en no pocas grabaciones discográficas, especialmente aquellas en la que lo flamenco es el eje que vertebra.

A finales del pasado año cuando la pandemia apenas nos daba aliento, se presentó en el acto homenaje a Manolo Ríos Ruiz que llevó a cabo la Cátedra de Flamencología de Jerez en las Bodegas Harvey el volumen LXIV de la serie Flamenco y Universidad avalado por la Universidad de Sevilla y su Cátedra de Flamencología, la propia Cátedra de Jerez, el CADF, el Ayuntamiento de Jerez y el Instituto Andaluz de Flamenco. Registro altamente representativo de la obra de Manolo Ríos Ruiz que gana en grado sumo cuando ésta se materializa en la voz de Pepe.

Pepe en este registro evoca, dramatiza y nos asola con su forma de recitar y retener la palabra, hace suyos los versos de Manolo y nos invita a pasear por los vericuetos reminiscentes y los predios de alma, su voz, es nuestra voz de la memoria.

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