Aunque fue uno de los accesos del recinto amurallado almohade, la Puerta de Rota se convirtió en su entrada menos noble, en la puerta trasera de Jerez.

Frente a lo que ocurrió con las otras tres puertas de la cerca medieval, la Real, la de Sevilla y la de Santiago, aquí no se creó ningún arrabal en el extramuros. La poco propicia orografía en torno a ella, que le otorgaría valor defensivo en su origen, sería la que, a la larga, supondría un escollo insalvable para el crecimiento urbanístico. Ya en el siglo XV consta la degradación de los alrededores. Pero será la apertura de la Puerta del Arroyo en el XVI la que suponga el punto de inflexión al convertirse esta última en salida más cómoda hacia las poblaciones costeras. Como testimonio del dorado pasado de nuestra puerta, quedaba, muy próxima a ella, la casa de los Riquelme. Y también acabó abandonada por sus dueños. En 1796 apenas perduraban de ella los maltrechos restos de la torre esquinera de esta vivienda. Entonces se comenzaba a gestar lo que hoy vemos. Las bodegas se alzaron sobre la ruina del caserío, absorbiendo incluso la Torre de Riquelme, y dieron lugar al definitivo derribo de las murallas. La transformación fue tan radical que en nuestra época se perdió el recuerdo del trazado de la puerta. La confusión fue enorme y la torre de los Riquelme se creyó parte de una muralla que ahora sabemos que estaba separada de ella unos 15 metros y que tenía su entrada por la actual Cuesta de la Chaparra. Todo ello lo podrán comprobar en un artículo publicado en el último número de la Revista de Historia de Jerez, en el que, bajo la coordinación de Diego Bejarano y dentro de un equipo multidisciplinar, he tenido la suerte de participar realizando el estudio documental. Planos, pleitos, escrituras notariales han permitido que la Puerta de Rota vuelva, virtualmente, a la vida.

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