Como una imagen vale como mil palabras o más, coincidamos en que la que mejor refleja lo que nos lleva a un domingo de rezos sea la tarugada que nos puso cuesta arriba la noche de Zagreb. Increíble la desaplicación que originó el primer gol croata, el gol que nos llevó a remar aguas arriba hasta que la tragedia se hizo carne sobre la última campana en el Maksimir croata para que nos toquemos la ropa ante lo de mañana en Wembley.

Se vio en Heliópolis y se confirmó antier noche en Zagreb. El sistema defensivo de la selección es similar al que padecemos en el país, una nulidad. Y no es de ahora, pues se me viene a la memoria aquel gol injustamente anulado a Kane en Wembley en la enésima permisividad de David de Gea. O podemos irnos más atrás, justamente a Rusia cuando el choque con Portugal y que también nos llevó a remar contracorriente hasta la nefasta tanda de penaltis que nos mandó a casa.

Sólo el partido con Croacia en Elche nos llevó a pensar en que los éxitos podrían reeditarse, aunque antes de que se abriese la goleada hubo más de un motivo de inquietud en nuestra área. Ha sido una pena llegar a la meta sin depender de nosotros y menos mal que el postrero gol de los croatas abre la posibilidad de que haya competición mañana en Wembley. Y es que un empate hubiese provocado que los de Modric fuesen en chanclas a Wembley para bien de Inglaterra.

Bienvenida derrota que nos permite creer en el milagro de que Inglaterra y Croacia en su afán de ganar empaten. Pero resulta frustrante que un equipo que arrancó esta Liga de Naciones a paso de oca fuera a caerse en lo más llano y que tengamos que acordarnos de la infausta noche sevillana. ¿Vale pensar que la calificación es posible? Lo cierto es que mientras hay vida queda la esperanza de un milagro, que eso es lo único que podemos esperar de Wembley, un milagro.