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Tribuna libre

Pedro Rodríguez Mariño / Doctor En Filosofía Y Arquitecto

Santidad, Sociedad y Crisis

ESTE título plural es lo que me ha suscitado la lectura de la rica y documentada carta pastoral de octubre del Prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría. Dos fechas del mes son la ocasión: el día dos, aniversario de la fundación de la Obra, institución de la Iglesia para promover la santidad en el mundo, y el día seis, séptimo aniversario de la canonización de san Josemaría, proclamación de la santidad de su vida.

Tuvo el nuevo santo, en expresión de Juan Pablo II, "la sobrenatural intuición" de plantear como estructura fundamental de la vida cristiana "la santificación del trabajo ordinario en medio del mundo", que podemos entender como respuesta a las palabras del Génesis 'Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo trabajara y lo guardara'. O, como decía el Pontífice en su homilía, "el Creador confió la tierra al hombre para que la trabajara y guardara".

Incuestionablemente la santidad no es una idea peregrina, o un ideal melifluo e irrealizable, no. Ha de ser una realidad en la propia vida y en la actividad entre los demás, atrapada por el tiempo y por el espacio; un hacerse y un hacer hacia fuera. Y esta actividad ha de ser santa, en unión con Dios, cumpliendo su voluntad. Cada uno según las dotes y carismas recibidos en sus dimensiones personales. No estamos repetidos, cada uno tiene su propia y singular personalidad, con las consiguientes responsabilidades y posibilidades.

El anclaje del hombre en la tierra, donde le puso Dios para trabajar, para actuar santamente, está lleno de consecuencias. Supone que no podemos vivir de espaldas a los demás de ninguna manera. Estamos en el mundo y todas las cosas de la naturaleza creada y las transformadas por el trabajo del hombre deben servir a nuestra comunión con Dios y con los demás hombres. No para aislarnos, para quedarnos en ellas como fines, idolatrándolas, al servicio de nuestros intereses egoístas.

Benedicto XVI, que nos acaba de ofrecer su tercera encíclica, 'Caritas in veritate', plantea en ella la aplicación de la doctrina social de la Iglesia en el actual mundo globalizado, y nos viene a recordar que "el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad", o como ya lo expresó el Vaticano II en la 'Gaudium et Spes', "el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social". De modo que ésta no puede asfixiar al hombre, tiene que servirlo y perfeccionarlo, no someterlo y esclavizarlo. Volvamos a repetirlo de otra manera; los engranajes sociales entre los hombres también han de ser santos, según la Ley de Dios, verdadera ley de la vida humana. No según determinaciones de algunos, por votos, aunque sean mayoría. Las mayorías también pueden equivocarse.

De hecho, personalmente nos equivocamos, y los criterios que acaban imponiéndose en la sociedad, o que se tratan de implantar en ella, a veces son equivocados, y a la larga se manifiestan las consecuencias de los errores, y vienen las crisis. Se nota en que las cosas no van, que algunas realidades importantes se vienen abajo, que hay demanda de cambio o convulsiones violentas. Ojalá no sean para peor y se queden en crisis de crecimiento, de mejoras positivas, de progreso y bienestar, apoyadas en la rectificación y generosidad de las personas, motores de todo perfeccionamiento, y protagonistas del bien social y personal. La historia pone de manifiesto la enorme proyección social de los santos. Pero vale la pena ir a la literalidad de la carta que estoy glosando de monseñor Echevarría: "Las circunstancias difíciles favorecen que salgan a flote recursos escondidos en el interior de cada persona. Una de las recomendaciones más importantes de la reciente encíclica se concreta en la llamada a purificar las relaciones de la estricta justicia con la caridad, sin separar el ejercicio de estas dos virtudes. El gran desafío de estos momentos, afirma el Romano Pontífice, "es mostrar, tanto en el orden de las ideas como en el de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar y debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honradez y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles, el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma, una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo".

Afirmaciones que podemos sellar con las palabras de san Josemaría Escrivá, un santo contemporáneo: "Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis de que la gente se quede herida… Con justicia sola quedan muchos espacios por llenar".

Nunca insistiremos bastante en estas ideas: hemos de santificarnos en el mundo y hemos de santificar el mundo. Es la vocación del hombre. No defraudemos a Dios ni a los demás.

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